miércoles, 2 de febrero de 2011

VIVENCIAS HAITIANAS: LA BELLA SAILAT

Excitantes los recuerdos, cuando a mi mente asoma Sailàt, una negrita quinceañera que andaba por las fincas plataneras y cañeras. Era huérfana de madre y única hija de Omè Salcè, un negro que miraba con desdén a los dominicanos, pues era un furibundo creyente de sus costumbres obscurantistas. En la semana santa de 1962, el carnaval haitiano contó con el reinado de Sailàt, subida en un caballo colorado, desde donde saludaba al público con gracia natural y un exótico atuendo empapado de sudor. Durante la marcha no faltaron los sonidos de trompetas que emulaban ``Navidad con Libertad``, a propósito de la muerte de Trujillo que celebraban algunos dominicanos. Ella, Sailàt, era dueña de un mulo que la llevaba a los lugares a tientas, pues ya conocía los caminos y su destino final. Coqueta mujer de bellas y torneadas piernas que mostraba al aire libre levantando sus pies descalzos cuando arreaba a la bestia. Parece que de sobra ya el animal percibía el olor del rancho alojado en la finca de aquel hombre blanco. La entrada a ese lugar debía ser autorizada, pero ella tenia el ángel de Eva en su sonrisa. El poder de convencer y sonsacar es atributo de la mujer, desde los tiempos en que Adán, con la manzana, se dio cuenta de los placeres de su costilla. No creo, en particular, que Sansón, con su hembra Dalila, haya perdido la fuerza precisamente por el corte del pelo. Esta negra, Sailàt, tenia salero y sabía. Renegaba de su propia raza y le sonreía al blanco con unos dientes grandes y sanos, limpios a mordidas de caña, que entonaban sin contraste con sus gruesos labios y su joven risa. Se detiene en su mulo, pero no se desmonta. Pregunta si en la cosecha no quedarían algunos plátanos sueltos que ella pudiera vender. La demanda de la negra sirvió como caldo de cultivo al blanco, quien con entusiasmo se apresura a quitar la tranca de la entrada principal del sembrado. Le dice que entre con todo y su medio de transporte y asì evitaría la demanda, que en ese sentido, podrían hacerle otros transeúntes. Ella ``accede``y amarra su bruto robusto de un desgastado tronco, próximo al umbral de la puerta del rancho. El esfuerzo de ella, aceleró el corazón del hombre cuando pudo captar parte de sus encantos, por lo que, solícito y aventurado, corrió en su ayuda hasta ponerlo en un lugar seguro, y, como magia otorgada por la química de un cuerpo joven y unos labios que ahora sonríen con timidez, la providencia obligó a ese forastero a emplear toda la delicadeza del mundo para no dejar escapar la ``presa``. La tomó suavemente y sin darse cuenta. Ambos se sorprendieron, no supieron cuándo, en qué momento atravesaron la entrada de la casa. Su mano puesta en la de ella, le hicieron olvidar cuál era el propósito de su visita. No, no lo recordaba, pues ya él tenia la otra mano en su estrecha cintura, y le decía: ``pídeme lo que quieras negrita linda...``. Al disponerse a responder, un espontaneo beso los sorprende. El olor a conuco nuevo de la hembra se confundía entre las pellizas de caballo, aperos y pastizales pisados por las recuas. Una vez más se desbordan las pasiones enloquecedoras de una atracción natural. Su cuerpazo, ya desnudo, de escasa pubescencia, iluminaba de color y brillantez el lugar, supeditado a la excitación de un hombre blanco que ya la poseía, sin abuso ni machismo, pues ella sentía los latidos de su corazón como los tambores de sus raíces. El sabía que estaba ``preso``, por la candidez de su sonrisa, sus carnes de negra y dura como la caoba y por el olor lascivo de un amor consumado.

Pasaron los días, para todos fue de gran sorpresa contemplar un grupo de haitianos reunidos alrededor de un ``verdugo`` y un ser que lloraba y, más que llorar, gritaba de dolor e indignación. El grupo no reìa, pero disfrutaba la escena. Parecía parte de un ritual, dentro de su conocida cultura. En principio, pensé que se trataba de la castración de un cerdo o de un caprino, pero, la noticia llegó a mi antes de poder acercarme. Sailàt, estaba siendo quemada por su padre, quien utilizó un tizón o trozo de palo encendido para quemar su clítoris, y ordenó despojarla de su reinado: ``No será más mi virgen negra...``, ``jamás...``, gritaba el hombre,
``pues nos enteramos que se entregó a un maldito blanco del batey...``.

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