lunes, 7 de febrero de 2011

SABOR A CAÑA ( 6 de 9 ).

El Batey era la zafra, el amor y el peligro. Las autoridades del ingenio eran hombres, en su mayoría, de horca y cuchillo. Muchos de ellos provenían de filas militares en los tiempos en que, en la República Dominicana, se sabía ``batir el cobre``. Recuerdo a Jaque, un personaje de simulada encorvadura, histriònico quizás, con aspecto de bandido de película, siempre encima de su mula, donde descansaba con un solo pie puesto en el estribo y el sombrero de alas medianas usado a media nariz. Calzaba unas medias botas con inclementes espuelas que hacían brincar al animal ante cualquier imprevisto. De rostro adusto y amargado, era el representante típico del patán dominicano. Portaba un filoso cuchillo de unas veinte y dos pulgadas, el que exhibía como trofeo de guerra. En una ocasión lo observé cuando lo blandía por los frentes de una carnicería del ingenio, en momentos que, rehusándose a pagar, advertía al carnicero: ``este, se llama sin familia...``, refiriéndose al arma.

El detonante del batey era el alcohol y el disfrute con las negras. No existìa un ambiente màs sano y propicio para dos sociedades que, por razones obvias, tenìan que compartir juntas sus destino. Entre brebaje, sexo y clerèn se diluía la vida de hombres que, viéndolos desde el punto de vista de las pasiones humanas, eran legendarios y pintorescos. Güilimà era el brujo de ``Bombita``. Engañaba a los ignorantes y, por ``mediaciòn de Papà Candelo``, enamoraba a la mujer que le gustaba, con la obligaciòn de conseguirla, no importando que sea ajena, porque ``el supremo asì lo deseaba...``.

Güilì Vargas, otro personaje, se sentìa orondo de su modo de vida. El batey era su mundo, peculiar, sin fronteras ni obstáculos que no sea la de enfrentar ideas opuestas a su cultura. Total, ¿Què es la vida para ellos, si no es el disfrute pleno del dìa...?, cuando termina el corte o tiro de caña y el pesaje dio ganancias. ``PAGAME LA A CAÑA BIEN MAYORAL, PAGAME LA CAÑA BIEN...``, y otros como ``CUANDO LA MAQUINA PITA QUE VA SUBIENDO LA LOMA, LA MUJER DEL MAQUINISTA ABRE LA PUERTA Y SE ASOMA...``, ``VENGA GUANO CABALLERO, VENGA GUANO, QUE ESTAMO (S) EN EL CABALLETE Y HAY QUE ACABAR TEMPRANO...``, ``EN PALO ALTO, HUELE A CAÑA QUEMA... YO VI A LIDUVINO EN EL PARANÀ, CON LA CARIN LARGA, EN EL PARANÀ...``, fueron los ruidos musicales que forjaron nuestros gustos por la vida, en aquellos tiempos ya lejanos.

``Nos vemos donde Tindè...``, le dice a Jandito , su hermano. Ambos eran hijos de un haitiano inmigrante. Su madre era dominicana, de tez clara y pelo blanco como nieve, marchito por el sol y el polvo del batey. Gasì, asì se llamaba esa pobre vieja, que cada viernes social o sàbado, corrìa para el bar de tindè cuando comenzaban los pleitos a cuchillo. Gûilì era tranquilo y sociable, pero Jandito era como abeja de piedra cuando bebìa. Siempre la anciana lo llevaba casi arrastrando, con su sombrero de vaquero echado hacia atràs y el peculiar pantalòn de ble a mitad de nalgas, con un paso delante y dos detràs, hasta que su pobre madre  lograba dominarlo y meterlo de cabeza en su rancho. Gûilì, màs que bebedor, era mujeriego, sus veinticinco hijos, al màrgen del matrimonio, la mayorìa de ellos procreados con haitianas, provocaban su ego con satisfacciòn. ``Yo tengo el secreto``, decìa. ``A las negras les gustan los blancos hasta que llega Gûilì``, acotaba. Toda esa vanidad, en conversaciòn con mi padre. Eran buenos amigos. Algunos conocìan el racismo a ultranza de mi padre, pero con los negros, no con las negras. Aunque de no lejana ascendencia europea, màs su apariencia de caballero tradicional del Santiago viejo, muriò con el influjo de ese batey, y la presencia de ``Titàn``, una negra congò de expresiòn carnavalesca y poca gracia en la cara, aunque supo ella tongonearle bien un vistoso trasero, reflejando en su cintura el grito de agonìa de las ànimas, en cierto modo, convirtieron su vida en una antinomia.

El interesante serial ``La Bella y la Bestia`` podrìa servir como titulo a los hechizos de amor y sexo de dos naciones accidentalmente encontradas por la ironía de la historia y sus protagonistas. Representa el reflejo de ambas influencias, la haitiana y la dominicana, que resignados, aceptan su destino. ``Haitì doblegarà a la Repùblica Dominicana, no con las armas, sino con el amor y el enlace``, dijo un teniente haitiano conocedor de nuestros conflictos històricos.

La conversaciòn entre Gûilì y mi padre era amena. Ellos siempre fueron muy cordiales. Aunque de vivencias y culturas diferentes, simpatizaban y compartìan sus historias y experiencias de mundo, llenos de la vanagloria del hombre comùn, ambientando con buenos propòsitos una sincera amistad. Se despidieron de rutina. Mi padre se dirige a su casa, la que le facilitò el Ingenio mientras duraran sus funciones. Gûillì, a su mundo, al bar de Tindè, a motivar con aguardiente la lascivia de una macho cabrìo. ``El hombre es insaciable en su afàn de gloria``, dijo Aristòteles.

El batey luce tranquilo. Sòlo se siente el retumbe de una vellonera mal sintonizada y los hombres ecuestres a caballos que comienzan a llegar desde Mena, Las Tejas y Los Robles, llevando a los parroquianos al bar de Tindè. Bailaban dominicanos con haitianas. Las morenas, de estrechas cinturas y hermosos traseros, bailan con encendidos pañuelos ceñidos a la cabeza, simulando, entre otras cosas, el aspecto hirsuta de una raza. Pero tambièn bailan haitianos con dominicanas, subculturizadas èstas, no solo por la necesidad y el afàn cotidianos, sino tambièn por sus exigentes demandas sexuales y la magia del Gagà.

Excitación y deseo dominan el ambiente en el bar. El machismo desbordaba la lìvido y todo era alegre, pero caldeado y grimoso. Recuerdo cuando observè a Jaque blandir aquel filoso cuchillo. Mi temor de niño me hizo soñar, que en la plaza, donde los sábados se improvisaba un amplio mercado y se anunciaba la venta de la carne por medio de un ``fututo`` (Caracol con que se emite sonido de bocina), exhibìan un hombre, mitad negro, mitad blanco, quien se desangraba con un puñal dejado clavado en su hombro derecho. La sangre salìa como hilillos que me perseguìan en audaz carrera, formando pequeños charcos redondos que asemejaban un mapa, los que logrè salvar al despertar movido por los gritos de los peones. Corrì donde mi madre y le contè mi experiencia. Ella se puso en oraciòn y me dijo:``No te preocupes mi hijo, Dios està contigo``, y, como si quisiera disiparme el miedo, me propone: ¿ Por què no vas donde Romelia...?, ``Dile a Solìs que te haga un foete para que juegues``. Apresurado y entusiasmado lleguè donde Romelia, una viejita trigueña, de pocas libras, que, aunque dominicana, nunca habìa salido del batey, estaba amancebada con Solìs, un ex cabo de la guardia nativo de Las Salinas, cuyos ojos eran amarillos como el sol. La gente del lugar le atribuían poderes raros. No era dañino pero sì respetado por su temperamento callado y su autoridad   de viejo caporal. De èl se decìa que no se le veìan los años y que su nombre no figuraba en la historia porque a los chiquitos no los cuentan, pero que fue un montonero temerario. La historieta se refrescò en mi memoria, cuando cruzando el umbral de la humilde, pero limpia casita, Solìs estaba sentado en una silla de guano y, como si algo le avisara, tomò un colín ``vaciado`` que descansaba en uno de los quicios. Me mirò con preocupaciòn, y sus ojos parecidos al sol se convirtieron en rayos de luces y, sin mediar palabras, montò de un salto en su caballo dejando tras de sì un reflejo misterioso. La vieja Romelia corre y me abraza, como si quisiera protegerme de algo y, antes de que pudiera preguntarle què estaba sucediendo, me dice: ``Toma esta cabuya, yo se que tù estàs loco porque Solìs te haga un foete, pero ya le vì los ojos, ellos anuncian tempestad, vete para donde Anita, tu madre, pronto y no te pares...``.

Cuando emprendì la carrera, fui alcanzado por un perro de ``Tolomìo``, un sujeto extraño, como todos los celadores, que cuando no les faltaban una pierna, era el antebrazo, una oreja o varios dedos, debido a los accidentes producidos por la molienda. Tolomìo era comparòn, vestìa de manera correcta, compraba diariamente el periòdico El Caribe, cruzaba las piernas y pasaba todo el dìa hojeàndolo, pues no sabìa leer. El perro logrò su objetivo mordiéndome un cachete de la sentadera. Pensarìa ese animal, mitad haitiano, mitad dominicano, ``Ese blanquito no debe quedar indemne``, ante el baño de sangre que olfateaba y percibía su instinto. No hice poner un pie en el escalòn de madera de la puerta principal de la casa, cuando ya mi entonces joven madre, iba de prisa en mi bùsqueda. ``Entra mi hijo, ¡Oh Dios mio!``, ¿Dònde estarà Fermìn...?. Dentro, observo a mis hermanas con la Biblia abierta en el salmo 91. ¡``Que tragedia...!``, ``No, no miren por ahí `, quítense de esa hendija...``. Pasaba un haitiano con un tajo en el viente, andaba buscando refugio, se desangraba y se sostenía la barriga porque se le salìa las vísceras, corría con pocas fuerzas, pero desaparece escondido entre los cañaverales. Las manchas de sangre dejadas en su infortunado recorrido, permitieron encontrar su cadáver tendido a lo largo de un canal de riego en dirección a Uvillas.

Se percibe el silencio. Luego un grito de mujer. Aterrador. ``Es Gasì...``, dice Reinita, la hija de Villegas y de Diojana. ``Hay cinco muertos y muchos heridos, ya llegò la Cruz Roja y se comenta que mataron a Güilì...``, nos informa la humilde joven. ``Fue un pleito a machetes...``, concluye. ¡``Ay me mataron el gallo...!``, se escucha a Lola gritar, una graciosa mujer, dominicana, confinada en el batey, era la pareja oficial del occiso. Ella viviìa orgullosa del ``Gallo``, pero no porque pudo haber sido guapo, a las mujeres no les gusta el hombre guapo, sino el gran amante. ¿El se defendiò...?, surgen las preguntas, ``Si, pero le cayeron todos...``, contesta. Se desbordaron las pasiones y los celos, y el goce pasò a un plano ritual tràgico. ¿Y què hizo Jandito...?, ``No, ya èl no estaba ahì, dormìa, hacìa una hora que la vieja Gasì lo habia arrastrado a la casa...``.

Mi padre salìa del establo. Allì habia dejado su caballo ``Blanquito``, un animal bailador, de paso fino, pero de una generaciòn en que no se cotizaban caros, como los peloteros de la època. Mi padre, al concluir su conversaciòn con el infortunado Güilì, llegò a la casa, se puso las espuelas y se marchò a supervisar el reguìo y a disponer el cierre de las compuertas, ya que el agua era escasa y algunos trabajadores de las fincas cañeras conuqueaban y gastaban las reservas. A su regreso, ya el incidente habìa pasado y el Alcalde daba cuentas a la Ley. Conversaba mi padre con don Tomàs Ortìz, el establero, hombre humilde que gozaba de respeto. Èl se ufanaba de ser descendiente directo de un antìguo presidente de la repùblica: Ulises Hereaux (Lilìs), con la diferencia en que, el cèlebre gobernante, era impetuoso al hablar, su voz era gruesa y altisonante. Don Tomàs tenìa un timbre bajito y fino al emitir palabras. Ese sonido, a veces sumamente fino, la gente lo asociaba a que supuestamente tenìa poderes esotèricos. El dìa que antecede a la tragedia,  sentì el ruido de la màquina nùmero 8. Esta màquina del ingenio no solo era la màs ruidosa, sino tambièn la màs grande e impresionante. Corrì y subì por la ventana del lado sur de la casa. Era una ventana alta, ni siquiera los mayores podìan mirar al travès de ella. Esa ventana no era màs que un adorno propio de la usanza de aquellos tiempos. El ìmpetu con que logrè ascender a la misma, me deslizò hacia el vacìo, sufriendo laceraciones en las piernas y costillas. Tanto asì, que una pierna me quedò màs corta que la otra. En principio, aparentemente, el problema no era grave, por lo que determinaron no viajar al pueblo para curarme. Sin embargo, al otro dìa, no podìa moverme, llamando la atenciòn de don Tomàs, quien disfruta un cafè en compañìa de mi padre. ¡``Espere...``!, ``No mueva al niño``, dijo, ``Quìtenle la camisa y el pantalòn``, agregò. Mi madre, cristiana al fin, no estaba en eso de que ese ``curioso`` sea el que trate de curar a su hijo. Pero, mi padre la sedujo con la mirada, para no hacer sentir mal al solidario anciano. Èste era delgado, de piel trigueña, pelo lacio y blanco natural, el que se acomodaba con las dos manos, algo temblorosas y lànguidas. Era de buena estatura y recio caràcter, pero sus ojos pequeños, profundos y de mirada inexpresiva, delataban su cansancio. Me dijo: ¡``Oye, te voy hacer dos ensalmos, el primero es para la fiebre y la inflamaciòn , y el segundo, es para emparejarte las piernas``. Y prosigue: ``Tù, cuando yo termine el primer ensalmo, sentirás en todo el cuerpo un dolorcito duuuro..., pero que se te pasarà pronto, no te preocupes...``. Efectivamente, cuando ese señor dejò escapar algo similar al Amèn, sentì un dolor extraño, difìcil de explicar, con una duraciòn de unos diez segundos que fueron los màs largos de mi vida. Reanuda la sesiòn y procede a orar y a friccionar con ambas manos mis piernas, las cuales frotaba desde las rodillas hasta los tobillos. Terminò sin que pudiera darme cuenta. Llamò a mi padre y le dijo: ``Venga, tòmelo de los hombros que yo lo sujeto por las piernas y ¡levàntelo...!. Al hacerlo, no pudieron evitar que mi trasero chocara con un bombillo de cadenita que habìa en la habitaciòn, y, a la orden de :¡``Hale hacia usted que yo halo hacia mi...!``, el bombillo se tambaleaba como una silla voladora golpeando repetidas veces en la parte señalada, provocando hilaridad en los presentes, cosa èsta que no sacò de sus cabales al viejo sabio, quien expresò: ``Ya es suficiente, corre y juega todo lo que tù quieras, te sanaste...``. Y asì fue. ``Gracias don Tomàs``, ¿Què le debemos...?, ``No, no don Fermin, responde, ``su amistad para mi lo es todo``, concluye con esa noble actitud.

Los amigos aprovechan este momento para ir juntos al velorio de Güilì, cuyo cadàver no espera el sol de las diez de la mañana, dijo un transeùnte. ``Està muy amacheteao...``. Concluye. Se dispone entonces el entierro y, los señores, veteranos y prudentes, siguen el cortejo detràs. La multitud toma el camino a pies hacia Tamayo, cruzando frente al establo. En eso, las pacas secas de la hierba comienzan a volar y un remolino aspirando a tornado irrumpe en la procesión. Todo es confusiòn y miedo. Las ventanas se estallan estruendosas y las trancas de las puertas de las casas y potreros caen misteriosamente. Un pilòn de majar arroz rueda cepillándose y se detiene al chocar con un palo de amarrar la vaca, mientras los burros y los caballos se revolcaban en el fino polvo que hacìa ondas en el establo. Hasta que de improviso se escucha una voz, finita, como del màs allà, leve, pero imponente: ``La Cruz perro patù...que en la punta de tu ``deo`` ni me cago ni me meo``, ¡``Ave purìsima anima mea, vete lejos Satanàs...!``. Y la solemnidad siguiò su curso.
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