Bienvenido Matos Nin, alias Bevèn, fue de los primeros hijos de mi abuelo materno. Era de un color blanco ``jojoto`` y unos ojos pequeños y pícaros, los que cerraba al reír, cosa que hacía con mucha frecuencia. Aunque de hablar pausado, cuando discutía o quería dar énfasis a a su expresión, su voz tenia la resonancia del loro, en su afán éste de emular al hombre, voceando desde una rama. Dificilmente se ponía de mal humor, todo lo contrario, él nació para ``dar cuerda`` y poner de mal humor a otro, aunque con simplezas, pues no era persona conflictiva ni de bajos instintos. Pues a veces, sus simpatías y ocurrencias sonaban divertidas. Su vida fue una leyenda de travesuras e incidentes tremendistas, más por sus torpezas y rebeldía de hombre de la época que por actitudes reñidas con la ley. Nunca mató ni robò, era honesto y, en el fondo, bonachón. Eso si, nadie le imponía normas, ni siquiera un hombre de la autoridad de mi abuelo, que al final optó por resignarse calificándolo de ``loco``, y otros, como ``la oveja negra de la familia``. Me decía mi abuelo, que Bevèn no dormía en la noche, planificando la maldad que harìa en el día. Desde mojarle el camino a los transeúntes que iban a pies o en burros a abastecerse de agua al río, provocando que el lodazal los tumbe cuando resbalaban, hasta ensuciar los güiros del agua de cocina y apagar los fogones y mojar los cachimbos de las viejas que lavaban a orilla del Yaque.
Cansado de tantas quejas, mi abuelo lo castigó con una pela y le ordenó encerrarse. Al otro día, antes de desaparecerse del escenario familiar, abuelo encontró una plantación de tomates completamente destruida. A partir de entonces la vida de este muchacho dio un giro que ustedes conocerán más adelante.
En Jaquimeyes lo recordaban como el ``tìguere`` pandillero que ``sacaba del cascarón a Alcibìades Espinosa, hijo de don Tomàs, igual que a Antonio Matos Espinosa (Toñito), entre otros, a los que dueños de bares tenían que pagarles para que, bajo el ``liderazgo`` de Bevèn, no les rompieran las fiestas los fines de semana.
Ese Alcibìades Espinosa es el mismo que posteriormente encabezara un intento de golpe de Estado contra Balaguer. Antonio Matos Espinosa (Toñito), fue un reconocido coronel de la Policía en los primeros doce años del gobierno de Balaguer. Estando comandando en San Francisco de Macorìs, se negó a complacer al presidente electo, don Antonio Guzmàn Fernàndez (1978-1982), cuando èste le pidiò poner en libertad a unos polìticos. Al asumir Guzmàn la primera magistratura del Estado, inmediatamente lo puso en retiro.
A Bevèn y su grupo se les recuerda como los ``bellacos`` que les hacìan la vida imposible a los viajeros, sean vendedores o militares, que, de tránsito, se detenían en este campo. Sobre todo, si el forastero llegaba como pretendiente de alguna dama, entonces el motivo para la maldad era màs significativo. Tenían una tablitas con grapas de púas que las colocaban discretamente en las cuatro gomas del vehículo. En esos tiempos inhóspitos, a la hora del infortunado seguir su camino, lloraba como niño. Pero Bevèn y su pandilla, reìan a todo pulmón subidos en las matas de higüeros.
Eran los tiempos de Trujillo, y Ranfis y su hermanito Radamès visitaron el pueblo de Barahona en dos o tres ocasiones. Los oficiales franqueadores se desplazaban en grandes y lujosas motos que dejaban impresionadas a las mujeres de esos lares. Ellos se fueron aplatanando y concurrían a las fiestas campestres en Jaquimeyes y El Peñón. La mujer peñonera es conquistadora y siempre ha tenido fama de que el hombre nacido allí, no es profeta en su tierra. El bar de Amable Olivero se ponía en su buena y los oficiales y sus motos dominaban la escena. Los vuelos de aviones despertaban la curiosidad del campesino, cuando los pilotos, enamorados, hacían sus piruetas encima de los cocoteros de El Peñón, para llamar la atención de las damitas del lugar que dejaron de ufanarse del colorido amarillo que daban las mariposas a su pueblo en el mes de junio, en los días de ``San Juan``.
Una vez, uno de esos pilotos, ya en tierra, se trasladò en una flamante moto de El Peñòn a Jaquimeyes, a visitar a una amiga que vivìa por los frentes de la casa de mis abuelos. Era prima noche. El oficial, con elegante porte, estaciona su moto en el paseo de la carretera, y cruza el pequeño puente que separaba la casa del camino. Allì se le recibiò con los honores debidos. Era la època en que los oficiales valìan. Eran los llamados ``pollitos`` de Trujillo. En la medida en que oscurecía la mente traviesa de Bevèn maquinaba. Fue una labor que realizò solo. Nadie tenìa el coraje de acompañarlo en una acciòn tan aviesa. El pueblo ya dormìa. Era costumbre dormir temprano en esos tiempos, pues la falta de luz elèctrica aumentaba la pesadez de la noche. Solo el ``tiburòn`` seguìa despierto e impaciente, esperando que el militar abordara su vehìculo. ¡Oh sorpresa...! resultò para ese hombre lo acontecido. Al poner sus manos en los puños del timòn, notò que ``se cortaba`` de desecho animal, y levantò sus brazos, hacia los lados, tratando que sus manos no ensucien otras partes, pero se siente húmedo abajo, llama a su pretendida quien lo observa de lejos parada en la puerta. Ella se acerca y luego se aleja con prisa y perturbación. Regresa con un foco en sus manos, mientras èl se desmonta y contempla la escena, cuando la dama enfoca la moto cerciorándose que la misma estaba completamente ``pintada``, casi llora, las quejas amargas no se hicieron esperar, ella trataba de ayudarlo, aunque le imploraba calma, para no despertar a los vecinos, quienes por arte de magia no evitaron levantarse solidarios, con bateas, brillos sacados del coco y briscas de jabón...
Cuando Bevèn le daña la plantaciòn de tomates a mi abuelo, dolido por la pela que èste le dio, se marchò con rumbo desconocido. Vivìa escondiéndose de su progenitor y se ganaba la vida en talleres de mecànica, donde asimilò con prontitud la de vehículos pesados. Una tarde, despuès de ganarse unos pesos, se fue a tomar unos tragos al ``Rivadavia Bar``, donde, ya borracho, le enamorò la mujer a un sargento del ejèrcito, logrando bailar con ella. La riña hizo estragos en el lugar, resultando el militar con un certero golpe en la cabeza que provocò una larga y tenaz persecución contra este joven. La guardia lo buscaba por los campos de Barahona y por el paso del rìo Yaque, su lugar preferido para hacer travesuras. Un dìa, subido en una mata de quenepas por el camino aludido, alcanzò a ver la guardia que se aproximaba en un jeep. Delante iba el chofer y un teniente, quien comandaba la patrulla y, detràs, dos guardias con ametralladoras. La reacciòn de Bevèn fue bajarse de un tirón del árbol y armándose rápidamente con dos piedras filosas de rìo, las lanza con fuerza sobre los militares logrando herir al oficial. Huye y se interna entre la hierba alta, arrastrándose hasta encontrar la boca sucia de una alcantarilla, donde se introduce y atraviesa la carretera escuchando el tableteo y los disparos de las armas.
Fue a parar a San Francisco de Macorìs. Allí se conocía con otro nombre. Vivía huyendo, hasta que cayó en las redes del ejèrcito. Pero, ni tras las rejas escarmentaba, pues se vio envuelto en un incidente debido a un acontecimiento que, premeditado como jocoso, terminò siendo tràgico. Resulta que llegò a su celda un raro sujeto, alto, de mas de seis pies de estatura y trescientas libras de peso. Parecìa confundido, matò a un hombre en ``Las Guaranas``, aunque nunca habìa estado preso. Era de lejos, de parte oscura quizàs. Su instinto primitivo lo hicieron caer de un lavamanos, artefacto por èl no conocido, cuando subiò en procura de una necesidad fisiològica. Con contundente golpe en la cabeza y en estado semi-inconsciente, el individuo señalaba a Bevèn como el responsable de su desgracia. Aunque parezca novelesco, este episodio no es de extrañar. Recuerdo que en los primeros doce años de los gobiernos de Balaguer, comisiones de empleados de Bienes Nacionales y la Cruzada de Amor, iban con instructivos para facilitarlos y entrenar a las personas beneficiarias de nuevas casas y apartamentos y que vivieron arrabalizadas en los terrenos donde se construyeron, que nunca habían visto de cerca un inodoro, pues las letrinas o retretes, tratadas con cal viva y mudadas periódicamente, eran la usanza de la época. Volviendo al caso, el estado del hombre fue considerado como de pronóstico reservado...
El mal comportamiento de Bevèn y su prontuario aventurero, sobre todo con guardias, lo colocaron al borde de un fisilamiento. El oficial que recibiò el listado de los ``fusilables`` era un coronel, pariente muy cercano de mi abuelo, y lo obvió tomando en cuenta de quien era hijo, aconsejándole que ya èl, Bevèn, ``era un fusilado``, que desaparezca y no se identifique, que no vuelva por el sur, pues se harìa creer y se enviaría nota al respecto, de que la orden de fusilamiento fue cumplida. El oficial ``arriesgaba la faja`` y le advertía, que de sentirse descubierto, èl mismo iría tras su encuentro y lo mataría.
La noticia de la muerte de Bevèn fue tomada en serio en Jaquimeyes. Decenas de hombres y mujeres entraban y salìan de las casa de mis abuelos ofreciendo sus condolencias. Eran pésames discretos para que el régimen no se sintiera aludido. Como a Bevèn ``lo desaparecieron`` no pudieron velar su cuerpo. Pero se hicieron rezos y misas, y las hermanas, madre y otros parientes se vistieron de negro en señal de luto. Pasò el tiempo, el suficiente para que Bevèn llegara a ser un hombre adulto, entrado en la madurez, de no haber estado muerto. Comentaba la gente. A tiempo, mi abuelo prohibiò que tocaran el tema de su hijo en la casa ni en ningùn lugar. Un día le ordenò a un trabajador que hiciera el desagüe de los conucos. Habìa llovido mucho y se trataba de evitar que las aguas pudra las cepas de plàtanos y otras plantaciones. El labriego pregunta a mi abuelo, què harían con los guineos que se cayeron por el ``Paso del Difunto Bevèn``. Asì bautizaron ese camino por donde tanto medró este personaje. Mi abuelo airado le responde: ¿Usted lo mato...?.
Mataron a Trujillo el 30 de mayo de 1961, y Bevèn sigue ausente. Juanaminta Matos, su madre, se entristecía, no había botado la pena, aunque su instinto de madre le revelaba que volvería a verlo, aunque sea en otra galaxia, en los sueños de la vida o en la eternidad. Supersticiosos aseguraban escuchar su chillona voz en los cantos y tonadas de cosecha, cuando la peonada, frente a la figura de mi abuelo Nin sentado en su mecedora, molía el arroz y batía las habichuelas ya secas por el sol: ``aè/ aè/ aè/ la mula del general/ aè, aè, aè/ a mula que tiene brío/ aè, aè, aè/ al llegà a la fortaleza/ aè, aè, aè/ se le salen los jipìos...
Se había convertido en pàgina de recuerdo, cuando un dìa, Alcibìades Espinosa, ya mèdico y haciendo pininos en la polìtica, se dirigía en su carro con unos amigos de la capital hacia Barahona. Al pasar por Jaquimeyes, punteando la noche, un desaprensivo lanzò un turrón que impactò con el cristal delantero del auto, haciéndole perder el control. Con algunos golpes y rasguños se desmontaron y pudieron limpiar el sucio que les impedìa la visibilidad, exclamando Espinosa: ``Si no supiera que està muerto, diría que esas son cosas de Bevèn``.
Una fresca mañana, precedida por la lluvia y un candente sol, fue que aconteciò lo inesperado. Un trabajador llega sin aliento al trasiego de la casa donde acostumbraba a sentarse mi abuelo. Lo sigue la multitud que, incrédula, quiere confirmar lo que el humilde hombre dijo en el camino: ``Don Nestor...``, ¡``Ay don Nestor...``!, ``me saliò el difunto...``, ``Pero què difunto carajo...``?, le reposta el viejo, quien se parò con ímpetu de la mecedora. ``El difunto Bevèn``, ``Yo lo vi, corra, està vestido de blanco...``. Al escucharlo decir ¡corra!, mi abuelo se dio cuenta de que el hombre no habìa visto un fantasma y, como autómata, coge el camino de la carretera, a pies, y casi llegando a Palo Alto, mi abuelo y la multitud que le sigue, alcanzan a ver que por el ``Paso del Difunto Bevèn``, viene un hombre con porte de caballero, estaba trajeado de blanco completo, hasta los zapatos. Tenìa puesto un sombero de ``panamà`` y fumaba con profusión un tùbano habanero. El primero en alcanzarlo fue Daniel, uno de sus hermanos menores, al que recibiò con un ¿Què pasa tìguere...?, mientras la multitud se acercaba incrèdula y otros preferìan esperar a orillas de la carretera a que pasara el pintoresco hombre. Mi abuelo, emocionado, con los ojos nublados en làgrimas, le dice: ``Pero bueno mi hijo... ¡Caramba! y què fue...?, y Bevèn, contesta con esa voz semejante a la resonancia del loro al hablar: ``Ya pasò Papà, ya pasò...``. Al llegar a la casa y reencontrarse con su familia, amigos y vecinos, entonces era que parecìa un velorio, pero con èl vivo, abrazando a su madre y llorando junto con ella.
Bevèn muriò en 1982, en su casa de clavò, en ``Baitoìta``, Barahona, ya septuagenario, donde recibìa los hijos que llegaban de los lares donde tuvo que esconderse. Tambièn recibìa con aprecio al autor de estas pàginas, a quien complacìa con anècdotas amenas y enriquecedoras. Le profesè un cariño especial. Su cadáver estaba sonriente, como si quisiera dejar plasmadas para la eternidad, la satisfacciòn de sus aventuras y su larga vida de tormentosas jocosidades. Muriò tranquilo y con Dios.
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