domingo, 6 de febrero de 2011

SABOR A CAÑA ( 5 de 9 ) : Semana Santa en el Batey.

Quien no lo ha vivido no lo cree. Pero desde el lunes santo el batey se enciende. En ese tiempo difícilmente se mezclaban habitantes haitianos con los dominicanos, que no fuera por razones de trabajo. Hoy es diferente. La transculturaciòn, por un lado, y la liga racial por el otro, ha permitido que ambas naciones se confundan con entusiasmo en el ritmo del Gagà.

Mis hermanos y, quien escribe, ``le sacamos el jugo`` al batey. Nuestra madre sufrió los rigores de las travesuras inocentes y aventureras de sus hijos, por sus inquietudes en escudriñar cosas en lugares sinuosos y hasta lejanos, donde abundan más las supersticiones y el peligro que el buen vivir. ¡``Vàmonos para donde Abelito...``!, asì decía mi hermana mayor, Micaela, a veces motor impulsador de nuestro espíritu acucioso. Nos atraía ir donde Abelito. Era un viejo blanco, de ascendencia extranjera cercana. Enjuto, de finas maneras y de un caminar cansado, pero nos brindaba guineos maduros con miel de abeja con todo y su cera y nos acariciaba el cabello con ternura familiar. La miel con los guineos y el puentecito de madera dura, aunque insegura, que dividía su casa enclavada en un pequeño platanal con uno de los campos de la industria azucarera, nos daban la sensación de oasis y de paz dentro de una comunidad tortuosa.

¡``No vayan donde ese ``malograo...``!, decía nuestra madre. ``Miren que estamos en semana santa``, ¡``cuidado si se encuentran con el Gagà...``!, ``Esos haitianos los fríen vivos, les sacan la manteca para hacer sus brujerías...``. Exclamaba Mamá, impulsada por el rumor y las creencias populares, que le permitía también, desechar el corazón del pollo en el guiso para que sus hijos no se den cobardes. Pero, el rumor no nos detenía. Al contrario, nos estimulaba.

Lo prohibido nos despertaba ansiedad y satisfacción. En caminos estrechos, poco o nada transitados, encontrábamos réplicas de ``Altares``y brebajes con fotos de ``Santa Marta Rica`` y la ``Dominadora de la Culebra``, condimentos crudos, donde se hacía más notorio diferentes tipos de ajíes, picantes en su mayoría, varias velas encendidas y cheles colorados. Todavía en ese entonces circulaban las monedas con valor de un centavo o denominados ``Cheles con la Palmita``. Para nosotros, encontrar un ``Altar``escondido o un brebaje, era encontrar un botín o ver la gloria en términos de juego. Con un machete barríamos el condimento, apagábamos las velas, recogíamos los cheles y comprábamos dulce donde ``Masijo``, un mulato bembòn que una vez sospechó, y nos dijo: ¡``Pero bueno carajo, pero estos cheles tan muy raros...``!. Y... a correr.

A medida que pasa la semana, el batey se llena de colorido. El haitiano acondiciona y prácticamente acordona lo que es su àrea permitida, el àrea negra. Astutos y arriesgados rompemos el cerco. Estupefactos vemos como un negro completamente desnudo es colgado con la cabeza hacia abajo, en lo que aparentaba ser un patíbulo improvisado. Enterraron dos enlates grandes y de mucha resistencia con horquetas que atravesaban con un palo. Del medio de ese palo guindaron al incauto, quien tenia que cumplir tres días de penitencia a partir del jueves hasta el domingo de resurrección. Tenia una fogata debajo que le sacaba toda el agua del cuerpo y le brotaban los ojos. Su piel brillaba como espejo, mientras hombres y mujeres le hacían ronda de baile.

Llegó el esperado viernes santo, mientras el haitiano suda, la ronda de baile crece y mientras más bailan más crece y de ahí parte el Gagà. ``Ya el Gagà està borracho...``, comentan los transeúntes, ``ya salieron de sus límites...``. ``Anita, viene para acá...``, dijo mi padre. ¡``Jesús santísimo, la sangre de Cristo los reprenda...``, responde mi madre. ``No te preocupes...``, trata èl de calmarla, ``Dame medio peso que los voy a despachar``. Pero, a medida que se acercaban, los tambores y las cornetas se nos metían en la sangre. Haitianos con caras de diablos hacían una coreografía impresionante. Cargaban algo parecido a un fogón móvil y se pasaban tenazas candentes por el cuello, la cintura y el pubis. ¡ Insólito...!, pero emocionante, cautivador, cuando las hembras daban saltos y se dejaban caer impetuosas, para desde el suelo, mover con gracia sus cinturas africanas hasta levantarse lentamente con el mismo tongoneo y provocar la libido del más frío de los mortales. ``Váyanse ya...``, ``Gracias por todo...``. Y se alejaron, dejando en mi alma y en la de mi progenitor la morbosidad encendida.

Llega el sábado y sigue el sacrificio del incauto. El fuego se apaga y lo avivan de nuevo. Parece muerto. ¡Vamos a verlo!, ``. ´´Tengan cuidado, pues dicen que està como un arenque de seco, que nada más se le ven los ojos brotados, no vean eso, vengan para acá...``, insistía Mamá cuando emprendimos el camino. Era cierto, el hombre parecía un arenque seco y a su alrededor bailaban esta vez hombres disfrazados de ``diablos``, con caretas de terror, con disfraces de la muerte adornados con decenas de espejos y lentejuelas. ¡Que caretas tan diabólicas, corre, corre...!.

El domingo era el día de resurrección. Se celebró algo parecido a un ritual, silencioso, estremecedor. Tres o cuatro parroquianos apagaron los residuos de fuego de un humeante cenicero. Se acercaron y con tranquilidad solemne desataron el ``arenque`` que ágil se reincorpora, recobrando su naturalidad, como si no hubiera pasado nada. Levanta los brazos, pide perdón a ``Papà Candelo`` y saluda a los concurrentes que en cada momento iban siendo más numerosos. Mira y rebusca en la multitud... como si quisiera saludar a alguien en especial, lo que motivó una carrera que aún nos eriza la piel al recordarla.

Terminan las vacaciones. Era preciso que mi madre y mis hermanas retornáramos a nuestra casa en el pueblo. Mi padre, por razones de trabajo, se quedaba solo. Recuerdo cuando en ocasiones me escapaba en una guagua para hacerle compañía. A veces sueño que hago esto, después de tantos años de su muerte. Sueño que encuentro a mi viejo tranquilo y callado, aunque con cara de satisfacción al verme. En el sueño, me pregunta si Anita, refirìendose a mi madre, me había dado permiso para hacer ese viaje. Me lo pregunta con una sonrisa a flor de labios con la que de antemano me da la bienvenida. Sabía que el tenerlo a mi lado me causaba felicidad. Me gustaba comer de lo que torpemente cocinaba. ``No te vayas ahora...``, ``No quiero que la oscuridad te sorprenda en la carretera``, ``Mejor nos vamos juntos el sábado...``. El pasaba los fines de semana con nosotros y también de miércoles en la noche a jueves en la madrugada, cuando partìa. El despertar me produce nostalgia y un extraño deseo de volverme a dormir.

En el pueblo solo hacíamos pensar en nuestras prematuras vivencias. El aviso de la muerte de Abelito acrecentó nuestra nostalgia. Recordamos a Rosa, la marchante, que cargada de mercancías se paraba en el frente de la casa a conversar con nuestra madre. Un día, esta le ofrece un desayuno y Rosa amarra su mulo, cargado de toronjas y otras frutas, en el tronco de un pino. Situación que aprovechamos mi hermana Micaela y el autor de estas pàginas, para subirnos en el animal y pasear por los parajes cañeros. Al final, cuando llegamos a la casa, en medio de la desesperaciòn de la marchante y de nuestra madre, no supimos la forma correcta de desmontarnos y nos fuimos al suelo con todo y serón... Asimismo, no olvidamos cuando quisimos tener un palomar, pues, aunque ya tenàmos muchas clases de animales en la casa, faltaban las palomas. Mi tìo ``Biscocho`` le regalò una paloma a mi hermana Marìa Josefa. ``Es Macho...``, nos dijo. Le pusimos de nombre ``Purruchi``, y de inmediato emprendimos el camino al batey a comprar la compañera. Anduvimos de choza en choza: ``Papà... ¿Usted tiene una paloma hembra que nos venda?``. ``No, sigan palanto...``, respondìan en su original lenguaje. Y asì proseguimos infructuosamente. Pero... ya en los confines del poblado, donde las chozas estaban casi a kilòmetros, nos encontramos con una vieja haitiana, solitaria, que tenìa muchas palomas en su patio. Los palomares estaban improvisados en una gran mata de almendras. Ella portaba una cara de poco amiga, lo que no nos importò, pues para los niños las barreras no existen. Cuando la abordamos, nos mirò fìjamente. Estaba predispuesta. ``Estos blanquitos dominicanos me entorpecieron la siesta...``, pensarìa la dama. Y, en un lenguaje ligado nos dijo: Güi, entren aquì...``. Nos estaba invitando a su habitaciòn. ``Sì, pero... las palomas estàn afuera``, le respondimos. ``Güi, ta bien, pero la hembra la tengo aquì...``, levantàndose la falda y mostràndonos, con cierto pique, sus partes pudendas. A nuestra corta edad pudimos darnos cuenta que, lo que nos mostrò, pudo parecerse a un ``Monte de Venus...``, que existiò en una època muy lejana... Adivinen que?, Salimos aprisa...¡Huye Papito... huye...!

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