Estos traslados eran parte del disfrute nuestro. Recuerdo que cada mudanza implicaba arreglo total de la casa de destino, en el batey que fuere. Se cambiaban las tablas podridas, se pintaba, se limpiaban los drenajes, se podaban los pinos y tambièn se fumigaba. Fìjese en el trato que, en aquellos tiempos, se le daba al traslado de un empleado para que pudiese afrontar una nueva vida y se darà cuenta, de la diferencia de aquella otrora època a nuestros dìas. Y si de fumigaciòn se trata, recuerdo claramente cuando de manera periòdica se avisaba al pueblo dominicano de la llegada del ``DDT``, un sistema que iba casa por casa, donde hombres ``enmascarados``, uniforme y botas especiales, abordaban nuestros hogares creando un pànico entre los niños que nos asustàbamos con su indumentaria. Pasaban asimismo avionetas fumigadoras para erradicar los mosquitos y otras plagas en los campos de mi pueblo, y el ambiente era de guerra, guerra contra los insectos. Los ``Cachaflì``, como les llamàbamos a los hombres del ``DDT``, entendìan nuestros temores, y se complacìan levantando el manipulador del insecticida, que màs bien parecìa un rifle de aquellos tiempos, el cual guindaban a sus espaldas, logrando crear el terror en nosotros, niños campesinos sanos y sin malicia, que igual nos horrorizábamos con las grúas o gredals denominadas ``Galeón `` y las que el burgo llamaba ``Mosquitos``, que corrìan, segùn nuestro criterio, sin ningùn control por esas polvorientas calles. La bocina de los ``Catarey``, unos temibles camiones que Trujillo comprò para el ingenio del mismo nombre, y que al darse cuenta de su feo misterio, mandò a pintar varios de verde olivo, ponièndolos a disposiciòn del ejèrcito, al escucharla sonar en el silencio de esos caminos, nos transportaba a un mundo de pesadilla. Aùn sueño que uno de esos ``verdugos``, en oscura noche, me enseña sus luces intermitentes, persiguiéndome tenazmente...
Compartìamos con el haitiano de la època, el cual era muy diferente al de hoy. Aquel era màs agradecido de la hospitalidad dominicana en los bateyes. Hay que admitir, que tambièn era màs sumiso, quizàs, por lo fresca que estaba aùn la pasada dictadura y apenas transitàbamos hacia la ``democracia``. Mi madre bautizo una decena de niños haitianos y, en su labor como costurera, la casa presentaba a veces un ambiente bullicioso y fraternal. Mis padres compraron luego una casa en el pueblo de Barahona en el 1962 y, a partir de esa fecha, nuestra estadìa en los bateyes era en temporada de vacaciones.
Recuerdo algunos compadres y comadres de mis padres, como fueron: Pedro Antonio Pie, Maurelina, Jean Batiste, Baòn, entre otros dominicanos como Diojana y Villegas. De estos ùltimos me llega a la memoria que vivìan en una casita arrabalizada. Parece ser que la numerosa prole, màs la miseria en que se encontraban, sacaban su habitat de las reglas de juego de los tiempos. Villegas era visto como un hombre haragàn, màs bien, para mi, era un hombre ya cansado de luchar con la vida, era muy honesto. Siendo ``Cabo de Agua`` (Capataz de Riego), su condiciòn fìsica lo hacìa trabajar de rutina y es natural que no se preocupara por sembrar o criar animales para aumentar sus exiguos ingresos. Sus hijos fueron, en orden descendente: Reinita, Flores, Marquito, Danilo, Tersita, Darìo, entre otros. Les llamaban ``Los Cocoriacos``, quizàs por sus actitudes tontas, eran ademàs risueños y jocosos, dentro de lo que cabe. Regularmente los varones andaban desnudos, hasta que, entrados en la pubertad, la clase pensante del batey se reuniò para que Villegas hiciera el esfuerzo de vestirlos y despertara de una miseria que, mas que real, era cultural.
Como consecuencia, la atracciòn del batey, un domingo, resultò de una salida jocosa de Flores, el mayor de los varones ``Cocoriacos``, de invitar a sus hermanos a exhibir unas medias botas, combinadas con pantalones de ``Ble`` y camisas en tela gruesa, color marròn, que su padre les habìa comprado. Emprendieron una marcha ``marcial`` por las calles polvorientas del poblado, a un solo coro, simulando un batallòn de soldados: ``Un, Dos, Tres, Cuatro...``, ``Un, Dos, Tres, Cuatro...``.
Tambièn recuerdo la rivalidad suscitada entre Pedro Antonio Pie y Jean Batiste. Esos haitianos sentìan recelos entre sì, pero tenìan que soportarse, pues el trabajo que realizaban bajo las orientaciones de mi padre, regularmente debìan hacerlo juntos. Mi padre, a pesar de su enigmàtica y aveces inaccesible apariencia, dejaba salir, en ocasiones, algùn sentir de jocosidad e histrionismo. Al escuchar los comentarios de que dichos señores no compartìan ni un refresco, ordenò llenar un gran tazòn hondo de arroz con habichuelas, con carnes y papas fritas. Era alrededor de las cinco de la tarde. Ambos tendrìan el compromiso de comer en el mismo plato. Los llamò y les dijo: ``Aquì no quiero chismes... si quieren seguir trabajando conmigo, deben sentarse uno frente al otro a comer, tengan dos cucharas, el que mejor se porte, a ese lo considerarè...``. Habìa que ver aquellas dos figuras frente a frente con esas ``palas`` en las manos, ni siquiera masticaban, pues parecìan hacer gastronòmica fiesta al suculento contenido, opuesto èste al acostumbrado melao de azùcar parda que cada mañana preparaban antes de irse al corte, cuando de las pulperias bateyeras ya habìan recogido el mendrugo y las colas desechadas del bacalao y el arenque. El ritual no durò ni minuto y medio... terminándose la rivalidad con un posterior abrazo, entre carcajadas y brinquitos...
La cultura de creerse irremediablemente pobre, aùn teniendo las posibilidades de crecer, como esbozamos màs arriba, la vivì cuando emprendì el camino junto a mi progenitor en busca del ``Sultán de la Peñuela``, un hombre que prestaba dinero en mayor cuantìa y tenìa fama de poderoso ganadero, que cuando de menor cuantìa se trataba, cobraba con la adquisiciòn de un puerco, chivo o vaca, segùn la obligaciòn acreedora. El ciclòn ``Flora`` desbastò las plantaciones en el conuco de ``Cristobal`` y era preciso restaurar ràpido sin la burocracia retardataria del Banco Agrìcola. Cuando el ``Sultàn`` nos recibe, brinca con agilidad un drenaje divisorio de su casa con el sembrado. Entonces pensamos que se trataba de uno de sus peones, quizàs, en hacerse el gracioso, pues con ojillos vivos e iluminados por perenne sonrisa, se inclina reverente. Tiene dientes grandes marcados por la mancha del cafè y el renegrido del tabaco, tìmido y orgulloso a la vez de ofrecer sus servicios a un hombre de suerte. Esa fue su expresiòn: ``Los blancos me dan suerte...``, ¡``Adelante...``!, mientras alarga los brazos y toma dos sillas de guano y busca las partes menos mojadas del patio de su casa de tejamanil, cuando sus soletas de goma, calzado predilecto del afanado sureño temeroso en gastar suelas, se marcaban profundas en el espacio seleccionado. Se ajusta unos extraños anteojos de aumento, sujetados a su cabeza en improvisado amarre y mira a mi padre buscando en èl su inquietud, quien reacciona y pregunta: ``¿Dònde està el Sultàn de la Peñuela...?...
Compartìamos con el haitiano de la època, el cual era muy diferente al de hoy. Aquel era màs agradecido de la hospitalidad dominicana en los bateyes. Hay que admitir, que tambièn era màs sumiso, quizàs, por lo fresca que estaba aùn la pasada dictadura y apenas transitàbamos hacia la ``democracia``. Mi madre bautizo una decena de niños haitianos y, en su labor como costurera, la casa presentaba a veces un ambiente bullicioso y fraternal. Mis padres compraron luego una casa en el pueblo de Barahona en el 1962 y, a partir de esa fecha, nuestra estadìa en los bateyes era en temporada de vacaciones.
Recuerdo algunos compadres y comadres de mis padres, como fueron: Pedro Antonio Pie, Maurelina, Jean Batiste, Baòn, entre otros dominicanos como Diojana y Villegas. De estos ùltimos me llega a la memoria que vivìan en una casita arrabalizada. Parece ser que la numerosa prole, màs la miseria en que se encontraban, sacaban su habitat de las reglas de juego de los tiempos. Villegas era visto como un hombre haragàn, màs bien, para mi, era un hombre ya cansado de luchar con la vida, era muy honesto. Siendo ``Cabo de Agua`` (Capataz de Riego), su condiciòn fìsica lo hacìa trabajar de rutina y es natural que no se preocupara por sembrar o criar animales para aumentar sus exiguos ingresos. Sus hijos fueron, en orden descendente: Reinita, Flores, Marquito, Danilo, Tersita, Darìo, entre otros. Les llamaban ``Los Cocoriacos``, quizàs por sus actitudes tontas, eran ademàs risueños y jocosos, dentro de lo que cabe. Regularmente los varones andaban desnudos, hasta que, entrados en la pubertad, la clase pensante del batey se reuniò para que Villegas hiciera el esfuerzo de vestirlos y despertara de una miseria que, mas que real, era cultural.
Como consecuencia, la atracciòn del batey, un domingo, resultò de una salida jocosa de Flores, el mayor de los varones ``Cocoriacos``, de invitar a sus hermanos a exhibir unas medias botas, combinadas con pantalones de ``Ble`` y camisas en tela gruesa, color marròn, que su padre les habìa comprado. Emprendieron una marcha ``marcial`` por las calles polvorientas del poblado, a un solo coro, simulando un batallòn de soldados: ``Un, Dos, Tres, Cuatro...``, ``Un, Dos, Tres, Cuatro...``.
Tambièn recuerdo la rivalidad suscitada entre Pedro Antonio Pie y Jean Batiste. Esos haitianos sentìan recelos entre sì, pero tenìan que soportarse, pues el trabajo que realizaban bajo las orientaciones de mi padre, regularmente debìan hacerlo juntos. Mi padre, a pesar de su enigmàtica y aveces inaccesible apariencia, dejaba salir, en ocasiones, algùn sentir de jocosidad e histrionismo. Al escuchar los comentarios de que dichos señores no compartìan ni un refresco, ordenò llenar un gran tazòn hondo de arroz con habichuelas, con carnes y papas fritas. Era alrededor de las cinco de la tarde. Ambos tendrìan el compromiso de comer en el mismo plato. Los llamò y les dijo: ``Aquì no quiero chismes... si quieren seguir trabajando conmigo, deben sentarse uno frente al otro a comer, tengan dos cucharas, el que mejor se porte, a ese lo considerarè...``. Habìa que ver aquellas dos figuras frente a frente con esas ``palas`` en las manos, ni siquiera masticaban, pues parecìan hacer gastronòmica fiesta al suculento contenido, opuesto èste al acostumbrado melao de azùcar parda que cada mañana preparaban antes de irse al corte, cuando de las pulperias bateyeras ya habìan recogido el mendrugo y las colas desechadas del bacalao y el arenque. El ritual no durò ni minuto y medio... terminándose la rivalidad con un posterior abrazo, entre carcajadas y brinquitos...
La cultura de creerse irremediablemente pobre, aùn teniendo las posibilidades de crecer, como esbozamos màs arriba, la vivì cuando emprendì el camino junto a mi progenitor en busca del ``Sultán de la Peñuela``, un hombre que prestaba dinero en mayor cuantìa y tenìa fama de poderoso ganadero, que cuando de menor cuantìa se trataba, cobraba con la adquisiciòn de un puerco, chivo o vaca, segùn la obligaciòn acreedora. El ciclòn ``Flora`` desbastò las plantaciones en el conuco de ``Cristobal`` y era preciso restaurar ràpido sin la burocracia retardataria del Banco Agrìcola. Cuando el ``Sultàn`` nos recibe, brinca con agilidad un drenaje divisorio de su casa con el sembrado. Entonces pensamos que se trataba de uno de sus peones, quizàs, en hacerse el gracioso, pues con ojillos vivos e iluminados por perenne sonrisa, se inclina reverente. Tiene dientes grandes marcados por la mancha del cafè y el renegrido del tabaco, tìmido y orgulloso a la vez de ofrecer sus servicios a un hombre de suerte. Esa fue su expresiòn: ``Los blancos me dan suerte...``, ¡``Adelante...``!, mientras alarga los brazos y toma dos sillas de guano y busca las partes menos mojadas del patio de su casa de tejamanil, cuando sus soletas de goma, calzado predilecto del afanado sureño temeroso en gastar suelas, se marcaban profundas en el espacio seleccionado. Se ajusta unos extraños anteojos de aumento, sujetados a su cabeza en improvisado amarre y mira a mi padre buscando en èl su inquietud, quien reacciona y pregunta: ``¿Dònde està el Sultàn de la Peñuela...?...
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