martes, 8 de febrero de 2011

SABOR A CAÑA : Mi Padre, un hombre común.(8 de 9).

Era común mi padre, me convencí. Más, no era del montón. No era el hombre mediocre que describe Josè Ingenieros. Mi capacidad de discernir lo describen como el hombre líder, desde el punto de vista de un hijo respecto a su padre. Son los pasos a seguir que me llenan de seguridad y orgullo. Cuando niño, con solo mirar un bolsillo de su filoso pantalón, imaginaba el botín que satisfizo mis inocentes caprichos y el de toda la humanidad que le rodeaba y acompañaba haciendo trillos en la comunidad del trabajo honrado. Cada hombre nace de un molde diferente, pero siempre existe un paradigma, ese es mi padre. Inmortal, cuando lo recuerdo dentro de su atuendo de caqui, botas, sombrero de fieltro y espuelas para montar. Su temple calmado, callado y frío, delataba su misterio en aquellos predios salados. Hablaba con la mirada. A veces era difícil llegar a su intimidad, pero su abrazo aun me aprieta, siento su olor peculiar. Trabajador incansable, como el cibao. Nació en Santiago de los Caballeros y su intempestiva muerte no le permitió aguardar el futuro que merecía. Su ascendencia le prohibía menoscabar su honor y el valor intrínseco de los Gòmez, aunque ligara su sangre sin mirar estirpes, pues para las mujeres no tenia ojerizas. A veces, criticaba a los sureños, argumentando que vivían en tierras vírgenes y buenas, pero que se apegaban mucho a las siestas, dejando para mañana lo que pudieren hacer hoy. La siesta, decía, es una costumbre tanto fronteriza (por aquello de la subcultura con una nación que no se desarrolla por su ineptitud) como indígena, y los sureños conservan vestigios de esa raza. (Por aquello del descanso perenne en hamacas, en una vida de subsistencia, sin aspiración ni civilización). Lo recuerdo ecuestre, respetado. Admirado por unos y vigilado por otros que recelaban su apariencia forastera. Un forastero que a muchos les enseño la técnica de hacer parir la tierra baldía y olvidada. Pero... era común mi padre. Al morir la ciudad siguió corriendo. El panadero a su hora pregonaba el ``pan de huevos`` que tanto le reprochó el extinto, argumentando que tenia cualquier cosa, menos huevos. Incrédulo, veìa como, en capilla ardiente, no se detenía el bullicio de los niños arrastrando aros de bicicletas con improvisados ganchos, para disfrutar la copiosa lluvia que imprudentemente caìa. Los buhoneros aprovechaban  la muchedumbre para ofrecer sus ventas, mientras los menos solemnes, a discreción, jugaban partidas de dominó. Como si se tratase de la simple hoja que a medio madurar se precipita y deja el frondoso árbol, se fue mi padre aquella mañana primaveral. Recuerdo que al velorio seguían llegando las noticias del batey, la quema de los campos de caña de parte de desaprensivos políticos, la planificación del corte y la limpieza en las zonas devastadas. ¡``Todo està controlado...``!, ya Adolfo Boyer Cruz, Antonio Segura, Jesùs De la Rosa, Julio Pèrez Hache, Nicomedes y ``Chichì`` Màtos, salieron con brigadas de hombres a poner el orden...``. Adujo con orgullo un capataz.

Llega el crepúsculo, era sábado. El muriò temprano ese día, en que sueño, que en la calle general Cabral esquina Jaime Mota, donde existiò una fàbrica de ataúdes, comprè uno muy grande y pesado. Lo llevaba en el hombro y me tambaleaba al subir una cuesta, con mucho esfuerzo, hasta llegar a la casa y dejarlo caer en medio de la sala. El ruido que produjo su caìda, coincidiò con los severos toques a la puerta, a donde acudimos apresurados y temerosos ante las miradas de dos trabajadores que tenían caras de aves de mal agüero...

Todos descansaban entonces, aguardando la puesta del alba el domingo, para un entierro precedido de una insistente llovizna, cuyo rocío madrugador pretendiò apagar los sirios del cajòn de ébano que contienen los restos del finado caballero, y, por la molienda, que debido a la demanda en el consumo y en la exportaciòn, llevaba a efecto el Ingenio Barahona. Era comùn mi padre...

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