Sigues, y de manera inexplicable medrando, ¡oh invierno!, que de otrora haces amoríos con esas lomas calientes de nuestro peñasco insular; hoy, aún te sientes, y tu creciente, junto con la yerta brisa nos sigue enfriando el corazón, con creces, trayéndonos el tormento, calor que se desvanece en las chispas apagadas del fuego de tu amor intenso...
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