En Areìto del Cimù o Lamento del Origen, J.M. Soto Jimènez nos habla que en el principio solo era selva, lujuria del sol en la anatomía salvaje de la cordillera virgen. Sensualidad del agua sobre el inhabitado sexo de la tierra. Después la sangre llegó dando saltos por las islas, y fue de la tarde a la mañana el día primero, primer día del hombre, semilla de sangre en el seno del espacio inhabitado. Termina la cita.
Y fueron los extranjeros que salpicaron de sangre las islas, y hoy día seguimos siendo una selva atiborrada de mezcla, cemento extraído de la sangre de la tierra; ya no es el sol el lujurioso de una anatomía lacerada hace más de quinientos años; ahí están los mismos extranjeros como salidos de la máquina del tiempo; el agua perdió la sensualidad y el canto debajo de los frondosos flamboyanes y el arrastre de sus helechos; corre cansada ataviada del veneno y el calor del fuego de las cordilleras; se detiene la cotidianidad vernácula y la simiente familiar, ganó la tecnología, la ostentación, el oropel, la robotizaciòn, el accionar sin alma, el teclado inquisidor, mientras agoniza el campo con la tierra carmesí del cianuro, marchitándose la flor, muerto y olvidado el hombre de trabajo, la implosiòn nubla el camino, está muerta la esperanza...
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