Premio, para los que toman en cuenta el instinto de conservación con que el hombre nace, desde su inicio gestacional hasta la muerte.
Noventa y hasta cien años o más, es mucho para quien no los tiene, reza una expresión popular.
Castigo, para quienes no asimilan de manera estoica los achaques propios de los años; aquellos que, como bien dijo Alejandro, El Magno, una tumba les basta, porque nunca les alcanzaron los años para vivir.
Castigo, sí, para los que piensan seguir siendo viriles, aun sin amar; los que no aprendieron de jóvenes a bailar ni a escuchar lo romántico de la vida en los rincones furtivos de las velloneras.
Premio, para los que ya no caminamos derechos. ¡Ahí vamos! Brindando sonrisas entre labios y ojos pícaros, con madurez, llenos de un respeto protocolar, aunque sensible, a las damas hermosas; las saboreamos dentro de lo más recóndito de nuestra experiencia y alzamos el sombrero a la siguiente en pasar, si es que ella también va atravesando el umbral tenue de la existencia...
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