¡Salud por las madres vivas!, porque la mía, dormida, su carruaje ya tomó; me imagino verla yo con su risa siempre plena, cantar y hacer de sirena, allá, junto al trono de su Dios.
En la víspera, madre buena, aún brillan tus negros ojos, tu sonrisa en mi sonrojo que presagiaba mi pena; hoy, celebrabas, amena, lo que era tu propio día, dejándome la porfía de festejarte en mis sueños; pretendo sentirme dueño tras blancas y azules nubes, no importa la vida mía...
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