Generaciones incautas que hoy día permanecen ignorantes, pensaron siempre que las virulencias, entre las plagas que el Génesis señala como castigo de Dios, al Egipto, a toda nación de las simientes mundiales, las que señaladas del lado de Jehová, un día pecaron, por acción u omisión, recibiendo la sanción, el retiro de apoyo de parte del omnipotente, son leyendas.
Como leyendas; así considera el común de los hombres y mujeres, la consecución de los hechos prehistóricos e históricos de la humanidad; llegamos a la vida a morir, pues de no ser así, científicamente no se sustentaría la explosión demográfica como calidad de vida, es decir, los eternos no les darían cabida terrenal a los nuevos retoños; las nuevas generaciones se estancarían, no existieran, ni contarían con hijos, nietos, bisnietos y un gran etcétera. En tal sentido, dijo Abraham Lincoln: ´´Desear la inmortalidad es desear la perpetuidad de un gran error´´. Y agrega, quien suscribe, que la vida es rica por su brevedad, como el dinero tiene valor por su escasez; la eternidad entre los hombres sería el hastío. Mas, también creo, que la muerte y la sustentación de la vida es misterio, propio de un ente superior.
El incauto, ignorante, atrevido y soez, si alguna vez leyó sobre muertes por pandemias y epidemias localizadas, esas que han dejado a millones de seres humanos fuera de los misterios y las energías de vida, lo han tomado como novelas, fílmicas de cineastas famosos; desconocen, en suma, la maldad aviesa del hombre con la ortodoxia religiosa y viceversa; ven los campos de concentración de los Nazis, que fueron verdaderos cementerios de hombres que respiraban, pero no vivían; el envenenamiento de las aguas en algún lugar del África que iba sepultando cadáveres en el lodo; las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, planificadas por cerebros privilegiados que fueron exaltados a los premios Nobel, que emplearon, como Albert Einstein, su sapiencia y notabilidad para la destrucción del hombre por el hombre. Inclusive, el premio Nobel, surge en honor del sueco Alfred Nobel, inventor de la dinamita... Esas bombas nucleares, reasumo, terribles, abominables, de efectos letales por décadas, así como los casos más arriba citados, son vistos por la canalla, incautos y eruditos, como simples películas de terror y suspenso.
En fin, la tenaz conspiración contra el medio ambiente; el incendio feroz y criminal de las amazonias, las excavaciones como puñaladas al planeta, cuyas aguas escapan como la sangre, el hálito que da vida a un gran cuerpo mutilado, asediados por los que ignoran que el dinero no se come, que nada sustituye el agua; que lo candente del sol, el brillo de la luna y las estrellas, más, las profundidades oscuras, siniestras, de grandes océanos, que parecen hablar de ira, de hombres de rodillas, de monstruos invisibles, de huir no se sabe de qué; escondernos de los espectros de nuestra propia maldad, son las muestras fehacientes que nos obliga a pronunciar ¡Jehová!, ¡Perdónanos!, ¡Misericordia!, ¡Oh Jehová!, ¡Misericordia!...