De ´´Bayahonda´´ y ´´Bateysito´´ conservo recuerdos que se asocian a la vida y a la muerte. Como aquella maestra rural que, después de tanta fatiga en su cotidiano afán de cumplir con su apostolado, perdió la vida en una curva enlodada al deslizarse un camión cañero. Los camiones cañeros me aterrorizaban. El dictador los compró para el Ingenio ´´Catarey´´, por lo que se ganaron ese mote: ¡´´Corre, ahí viene un catarey´´!, de cuyo feo misterio se dio cuenta Trujillo y ordenó pintar de verde olivo unos cuantos de ellos para el servicio de patrullas en el ejército. Aún sueño en pesadillas que alguno me persigue, con su altisonante bocina y luces intermitentes oculto en la polvareda que levantaba en los caminos.
Los caminos, entre espinas que saltaban y herían las piernas infantiles que sentían como juego correr entre los montes. Caminos, de culturas conjugadas y amañadas, cantos de cosechas de un lado, lamento de caña, de otro. Caminos, de casitas blancas pintadas de cal, delante; ranchos de lodo y tejamanil, detrás.
Caminos de raudos hurones e iguanas tras los nidos de gallinas domesticadas; caminos de un tiempo inexorable, implacable, de casas de madera, hoy podridas, que lloran en silencio el paso de la tempestad, como un ´´Macondo´´ después de las mariposas amarillas y la lluvia...
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