Llegaba mayo; eran tiempos donde la estación hacía una tregua dando paso al frescor, aunque breve, a una lluvia copiosa y ruidosa encima del romántico techo y palmas colgantes que parecen llorar perennes de felicidad; esa amenaza de lluvias que casi siempre se hacía realidad; eran suspiros, las bestias las avisaban en la víspera, se revolcaban y alegres regodeaban en el fino polvo del establo donde las pacas resecas de sol echaban sus fibras al viento, como mariposas, emulando flores y colores en los campos empapados; perros que entre el cariño y el calor del rancho se mostraban solidarios; el nuestro encogía su asustadiza cola, como lobo en asecho, la que movía con timidez y satisfacción en la mirada de niño con presagios, ante la marcha de los misterios que huyen y son arrastrados por los drenajes del poblado.
Mayo que era de gloria, de historia, de sin sabores, a veces; mayo que trajo flores, besos mojados, pero candentes, esos recuerdos de amores...
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