Sólo nos perseguía el caliente rancio del tranvía; ese ferrocarril sin fin, espina dorsal de la cotidianidad y economía; ese dulce, a veces amargo, que en ocasiones siniestro, se quedó atragantado con nostalgias y añoranzas de lo menos malo; el olor a ron fermentado del bagazo de caña calentado por el sol del camino; corríamos encantados con aroma a vino, a la orilla de los broques, paralelos con la iguana, el hurón y caimán neibanos; nos íbamos de la mano por la ribera del monte, sin mirar el horizonte y un destino peregrino...
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