Por más que caminó, sólo tropezaba con esperanzas. Éstas cada día eran más verdes, apetecibles para las bestias y otras ramas que carnívoras soltaban sus filosas espinas para escarmentar las rosas. Las rosas eran lindas, hermosas; unas rojas, blancas otras, pero llevaban subrepticiamente sus espinas sublimes, esas que no brincan al tobillo; se van directamente al corazón despertando con rasguños sus sensibilidades. Entonces se dio cuenta que el caminar sólo lo hacia libre porque podía huir, correr de las engañifas de las flores que rasgaban, del dulce que empalagaba, del amargo dulzor, y también del placer furtivo entre asechanza y fatigas de temor , y decide sentarse, buscando un rincón, recostado en cómodo sillón que le transporta a sueños mórbidos, en espera de lo mejor, de la maldad, quizás; haciendo cautivo el amor, lo menos malo o lo peor, no importa hiera, que llene la soledad...
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