Y es que nos miramos el ombligo cuando la gran urbe mexicana ruge de sus entrañas, no importa la naturaleza de sus tectónicas placas, y nos enseña a Dios; gritos de desesperación en Puerto Rico, cuyo encanto se marchita entre la opulencia de un padre adoptivo que mira con desdén, se burla de Luis Muñoz Marín,y, sin proponérselo, enaltece a Pedro Albizu Campos; cuando nos toca aquí, en el patio, las improntas del Bajo Yuna, y sus ríos de lechos muertos por cementeras que construyen altas torres, y cianuro con brillantez de oro, que a todo el territorio arrasan su capa vegetal.
¡Oh calma ´´chicha´´, de la que habla Arturo Ortega Morán, que ´´no es aquella que cura la fatiga, ni abre espacio a la meditación, ni remanso en la turbulencia de la vida. Hablar de calma chicha es hablar de otra quietud, la que desespera, en la que no hay negro ni blanco, ni frío ni calor, ni mal ni bien... la que sabe a muerte. Termina la cita.
Entonces hago nostalgia de Raíces y Memorias, de nuestra autoría, y pienso todo sigue su agitado curso, como allá, en el batey, que la normalidad se hace presente por la costumbre del mal, cuando observamos de regreso las caras pintadas de lodo seco y el polvo que cubre hasta las pestañas. Se reanuda el batey con todo y el catarro de los niños, cuando a lo lejos y atraído por la cálida brisa, se siente berrear un chivo, sureño, de esos llamados ´´bobó´´, que hieden a distancia, atento quizás al retumbe de los cueros, que se escucha tímido, pero amenazante, ritual, alegórico, invitando a las velloneras a emitir su mensaje de cotidianidad; pues ´´Cuto´´, el electricista del Ingenio, esposo de ´´Nora´´, la costurera, prende la planta a las cinco de la tarde, y la música nos avisa que la vida sigue...