lunes, 1 de octubre de 2012

DE MIS MUERTOS FAVORITOS... ( 3 ).

Rafael Leonidas Trujillo Molina:

Quien muriò como viviò, lleno de verticalidad inusitada al ser radical con lo bueno y con lo malo. Trujillo, en su genoma humano estaba compuesto de etnias afloradas, ninguna enclaustrada ni recòndita en su impredecible proceder.

El dìa de su muerte, ese 30 de mayo de 1961, fue ominoso, afortunado y desafortunado a la vez, ya que su ser, cuasi humanoide, llevaba complejidad desde su engendro hasta su transformaciòn, porque no ha muerto, sobre todo, para los que siguen las improntas esotèricas de una vocesita que a èl le caracterizò como si fuere manejado por el diablo como ventrílocuo. Ese tipo de espécimen nunca muere; subsiste en los misterios de la vida y hasta en el morbo de los que siempre hurgan en sus profundidades.

Ese dìa tuvo tiempo de visitar sus hijos, a quienes mantuvo siempre aledaños, por lo menos, aquellos que procreò con Marìa Martìnez Alba; de ser cariñoso como el que màs, con los nietos que le regalò la vida, los que hacìan de èl un hombre comùn dentro de sus singularidades.

Imitò, quizàs sin proponèrselo, ya que era histriònico, a Jesùs, cuando rodeado de su escolta, en un yate de su propiedad, surto en el puerto de Sans Souci, le expresò a su connotado séquito civil: ``Pronto los voy a dejar... sè que estoy siendo objeto de alguna traiciòn, y no descarto que entre nosotros, aquì presentes, haya algùn culpable...``. Tal señalamiento dejò atònitos a sus paniaguados, quienes empujados por corrientes coincidentes de la vida, se hacìan preguntas y se las hacìan a èl, y sus ademanes eran rèplicas de aquella ``Santa Cena`` con los doce apòstoles...

Lo vieron caminar y hacer señas de que lo dejen solo. Estaba ataviado de la gala blanca de la marina dominicana, mientras se internaba en el bosque contìguo a la ribera de la rìa del Ozama, segùn los que lo avistaron. Realizò una acciòn ritual y murmurò algo que se interpretò como una oraciòn. ¡``Adios todos...!``, como una despedida definitiva, partìa alguien conocedor de su destino y del rol que vino a desempeñar en la tierra; aquel que conociò la fecha de su nacimiento y que fue avisado por sus ànimas sobre el dìa de su partida.

El teniente Amado Garcìa Guerrero, de su Cuerpo de Ayudantes Militares, ya le habìa escuchado decir que no queria escoltas en esa, su ùltima cita de amor en la Casa de Caoba, allà, en su San Cristobal natal, donde con regularidad ponìa en juego su ufanado y dilatado don de ``macho cabrìo``, de dotado semental.

Se uniformò de verde olivo, guiado por uno de sus leales, el entonces capitàn Zacarìas De la Cruz, hombre discreto hasta su muerte; personaje esencial para describir los ùltimos momentos vividos por ese ser, si no extraordinario, para no herir susceptibilidades, extremadamente diferente: ¡``Estamos rodeados jefe...``!, le dice Zacarìas. ¡``Sì, me traicionaron...``!, ``Saben que salimos solos...``; ¿Què hacemos jefe, creo que podemos salir de aquì... y escapar...?, ¡``No, pàrate... hay una ametralladora debajo del asiento  trata de sacarla...``!, ¡Pàrate carajo... vamos a pelear...!, mientras con su revolver calibre 38 en la mano, aquel que usò siendo teniente de la Guardia Nacional Dominicana, y que conservaba de reliquia como recuerdo de su cabalgar contra los patriotas del Este, logrò herir al complotado capitàn Pedro Livio Cedeño, lo que sirviò como punta de lanza en el desencadenamiento de todo un proceso conspirativo que al dìa de hoy tiene abiertas sus heridas...

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