Era víspera de otoño cuando llegué nuevo a esa importante compañía de transportación, filial de un grupo económico poderoso de la época, cuyos asideros, pasaron a la historia del olvido como todo lo que el tiempo borra.
Llegaba con posición gerencial y, aunque joven aún, llevaba conmigo el lastre de un currículum convencional que, para entonces, llamaba la atención.
Por consiguiente, se incubó de inmediato el recelo, el cuidado y hasta el miedo a los fantasmas asustadizos de los que asumían culpas e indelicadezas subrepticias, sin que necesariamente fueran señalados.
Las ojerizas y lo esquivo de sus miradas obviaban el responder los buenos días; la colaboración se hizo ausente, a tientas, con medias verdades y medias mentiras, no obstante nos colocábamos inminentemente en la posición de trabajo otorgada por las altas instancias.
¡Buenos días! Se escuchó esa voz de mujer con un timbre de niña, que tal parece no renegaba haber nacido un día como hoy que suele traer la gracia de sentimientos encontrados, de nostalgias. Ella, más que asustadiza, dispuesta en su deber y nobleza: ´´Estamos a su orden; ya limpié el despacho y puede pasar usted´´. ¿Desea tomar café o una taza de té?
¡Gracias! Sonia Rodríguez; a partir de ese día me enseñaste con más ahínco que la ostentación no representa los puestos públicos ni privados; que la decencia y la buena fe son los caminos más fructíferos del trabajo honrado y la amistad imperecedera...
¡Feliz cumpleaños!
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