¡Que paradoja! Querida Sudiksha, hermosa, que adoleces aún de los caminos de entuertos. ¿Habrán cerrado tu huerto y esa flor como un agravio? No estás; dejándonos el resabio de amores no consumados; ya no hacen fiestas los nardos adjuntos con las cayenas; aplaudían tu risa plena en el grosor de tus labios.
¿Acaso el mar bravío, soberano y soberbio apagó la luz del cielo? Sería la maledicencia terrestre y sus espectros agoreros a ultranza, pues son tus ojos luceros cuya luz son el anhelo que ilumina la esperanza.
¡Oh Dios! Regresa, Sudiksha, porque te espero...
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