Lugares regidos por protocolos, cuasi ortodoxos; por lo menos así, en nuestros tiempos, cuando aún prevalecía el trabajo honrado, pero, sobre todo, el rendimiento, como estandartes de la subsistencia.
La subsistencia, porque no fue capricho de Carlos Marx y Federico Engels, las teorías repetitivas de la lucha del proletariado contra la explotación del hombre por el hombre.
Mas, fue grato para un sorteador de memorias, recordar los rigores capitalistas y la modernización tecnológica de entonces; el bullicio productivo de un cartón corrugado de la mejor terminación; la parafernalia del aparataje rodante entre pasillos y almacenes, cónsonos con las ínfulas de poder económico y político, con las sornas irónicas de los que poseen los medios de producción de generación en generación.
Se hizo gala de la expresión de Maurice Duvergé, de que en toda sociedad sólo existen dos clases: los gobernantes y los gobernados; los que poseen los medios económicos y los desposeídos de ellos. Termina la cita.
Luego de algunos años, en mis sueños, el espíritu inquisidor se pasea por esos pasillos y atajos inefables y ominosos que conducían a la fábrica, observando literalmente cruces y sonidos sepulcrales que se expresan en su lenguaje de misterios; oficinas antes suntuosas y confortables, ahora llenas de una oquedad, cuyo eco nos expresa, que en realidad era un gran imperio; hoy, las voces ruidosas de un oprobioso silencio...
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