Sigue el silencio haciendo ruidos, sepulcrales, dándonos fuerte en el rostro con los recuerdos; observo camas de espaldares arqueados cuya madera cruje como si descansara con los misterios de la noche; siento repicar la maquinilla de duro teclado, me sobresalta el reloj que hecho prenda en la pared mueve con exquisitez su péndulo implacable con la complicidad del tiempo; siempre existieron las urgencias de martirios de la salud que amenazan la vida, clínicas y hospitales con ominosas camas de hierro forjado, blancas casi todas, incluyendo los asientos endurecidos para desesperar al paciente; olor a yodo, mercurio, en consonancia con la trementina que bien desinfectaba pisos y baños; la brisa arrastraba con su sonido tenebroso a los pájaros que surcaban los cielos y aviesos aterrizaban al chocar con la tela metálica de las ventanas y pórticos.
Hoy, precisamente, no puedo mirar hacia atrás; sólo noto el incremento de cruces generacionales que me llegan cerca, carcomiendo el alma y el espíritu, dándole ojo visor a una soledad que lucha y mira con ojerizas; prefiere cada amanecer, conocer la fe junto al aroma y dulce del chocolate y café madrugadores; poner atención, escuchar, saber interpretar el canto y los colores de las aves que esta vez no aterrizan, siguen la vida, vuelan, junto con una niñez que corre, tras la libertad...