¡Hasta que se marchó!, sólo quiso ganarle a la muerte sus inminentes intenciones, como también tumbar el pulso a ese lugar perenne que lo situaba entre los que existen, por el tiempo, añejo ya, pero no viven; nomás el llover y acampar, lo mojado y lo seco, el frío entre veces, el calor eterno.
No llevaba la maleta, ni fotos, cuadros y recuadros que retratasen su vida, lo arrastraba el alma y con ella un corazón impulsado de recuerdos y nostalgias movidas. Le llegó la época del gallo padre que aún mira y corteja sus gallinas recordando los amores; camina silencioso, complaciendo los saludos acostumbrados de la vieja vecindad, los que responde entre dientes, cabizbajo, anunciando para sí su despedida. Entonces deja de escuchar el bullicio, lo impertérrito del tiempo que ya no es suyo, con el silencio del camino y el mirar de soslayo los tejados que se despedazaban de la cal y la pintura que una vez tuvo color, siente el ruido del dolor de un mundo que es indolente, así, camina silente, tras otras flores, escorrentías, su existencia es una porfía entre el canto, la razón, no quiere asfalto, más bien un rancho, allá, apartado, se lo pide la pasión...
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