Y se convencerá el humano que sin mirar atrás los caminos son inciertos, pues sólo nos deleitan los pasos logrados entre la sinuosidad, las notas lejanas del acordeón que llora por lo implacable del cerro, estoy seguro, a que nos aburren los llanos eternos, sin encontrar bajadas de tormentos; muros con cactus misteriosos que parecen mirarnos con ojos visores entre flores y polvo que azota el viento; también humedales con los que resbalo al caminar, ellos arrastran por sus estrías los olores del ébano y la cuaba, el sufrir mentolado del eucalipto que se opone al perfume del sándalo subliminal.
Prosigue el humano, queriendo hoy en su recorrido su pasado olvidar, y sí, prefiere matar, de golpe y porrazo los años, mas, los sueños y el cabalgar de antaño, raudos nos traen de las manos un presente a la carrera, presumen que la vida entera es como carga a la deriva con desvelos; entonces corren, corren, sin percibir anhelos, tras lo fácil y lo magro, evadiendo lugares yermos; no, no caminan, andan sin rumbo fijo, sus ojos no miran al precipicio ni los abren ante el horizonte, olvidan que se cruza el monte y después se toca el cielo...
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