¿Quién no recuerda, hasta lo más recóndito, cuando la lluvia nos tocaba el alma?. Tablas carcomidas del grumo vegetal, hongos que se adhieren en cada peldaño de los escalones y las telas metálicas que protegen de bichos alados; gusanos que se mueven como acordeón, de colores, y los dejamos escapar con el mismo sigilo con que se alejan; como se nos va el cariño, la lozanía de la madre que hoy se postra como si se tratase de otro ser; se nos diluye el amor de allá, de la lejanía, con sabor a besos de mieles perennes, como la casita abandonada, cocina improvisada del trasiego del rancho, cuyo techo de cinc oxidado y las palmas que cobijan la enramada despiden gota a gota la alegría de una época que se nos escapa, no regresa...
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