¡Oh, esos pueblos cerreros de mi Sur costero; dulces, salados, de hermosas mujeres en coros canteros!.
Y cantaban a prima noche ataviadas de un luto blanco y negro, sin estar tristes; iban gozosas con pañuelos a lo ´´Juana Saltitopa´´, llevando sus ojos puestos en un anaranjado horizonte manchado por la puesta del sol. Ya no ladraban los perros atormentados al silencio del crepùsculo, ni al taciturno cualquiera que de torpe tropezaba, y la chicharra gritaba consumida en la madera. La parsimonia se hace presente en esas calles sin asfalto por los senderos de El Peñòn, entre paseos de drenajes y tierra cortada por la humedad del Yaque y las ansias de tocar el atuendo blanco de Santa Lucia, su patrona, cuando la carretera quedaba atrás con sus bohìos florecidos, unos; yermos otros, platanales y cocos, ya a lo lejos se observa el campanario y esa iglesia que por lo menos juntaba a los incautos y los hacían abrazarse como hermanos en tiempos de paz por dictadura; colorido de casas de madera, techadas de palma o cinc, galerías, patios con higüeros y gallinas que parecen danzar con sus patas cuando excavan con sus polluelos; dientes grandes y amarillos sonríen desde las ventanas duras que orgullosas muestran sus trancas y aldabas movidas por la brisa de cuaresma; mientras a los lados del camino, como para no estorbar, van los pescadores con ensartes de tilapias, se escurren sumisos, pues vienen en vía contraria, de allá, de Laguna Rincòn, desde donde vieron partir otra procesión de dameras, esas, sì, del Cercado de Las Damas, blancas y pecosas, recatadas y con blancas indumentarias; mujer que hasta su hablar es un canto, llevan coros repetidos hacia el escarpado alud de cactus maravillosos, de nieves que son cenizas, en eternas alabanzas camino hacia el cerro azul...
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