Un Òscar Arnulfo Romero y Galdàmez, en El Salvador de tragedia en los tiempos de Armando Molina, cayó abatido por ser padre del pensamiento y los buenos propósitos, como los tenia Rutilio Grande García (Padre Grande), hombres que dejan huellas y caminos marcados con su propia sangre.
Y asì, como hoja que a medio madurar deja el frondoso árbol, se fue mi padre aquella mañana primaveral. ¡Oh caballero ecuestre del Santiago Viejo...!, tu intempestiva muerte no te permitiò aguardar el futuro que merecìas, pero, en tu corto cabalgar, jinete de los tiempos, me enseñaste que nuestra ascendencia no menoscaba el honor y el valor intrìnseco de los Gòmez. Aun de allà, del Santiago en que con hidalguìa cabalgaste, te lloro hoy, y te lloraron los caminos del Sur que amaste, entre las aguas de su Yaque, las plantas, y la polvareda dejada por tus caballos que dispersos, corrìan atormentados por los espectros de tu recuerdo; lloraban tus hijas y tu viuda, la siembra, los peones, mientras ya, cerrando la noche al umbral de la madrugada, sentìa y aùn siento los aullidos de perros lejanos, al compàs de las herraduras en los renegridos de los campos cañeros y del tabaco de tu lar nativo, del camino real, frente a frente al Pico Diego de Ocampo...
¡Te extraño, padre...!!!.
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