Nos pellizca el alma, esta vez que la brisa no llega intempestiva; el poblado parece sumido en la aparente mansedumbre del frío; puertas cerradas de manera involuntaria, junto al estruendo de las ventanas que chocan con postigos y cerrojos por el silbido de la brisa que parece llevar voces que cantan; recuerdos, labios que intentan cuartearse mientras se aprietan las bocas y el crujir de dientes; arrullo silencioso entre el ocio y la permisividad libidinosa de un recurrente otoño; días de paz percibida, de amores consumados, que se fueron, que nos retrotraen a una felicidad con reservas, inefable...
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