Se inicia el siglo XIX y con èste se desplazaba a caballo Juan Gòmez, un ser viviente escasamente registrado en escritos y archivos inèditos, familiares o no, donde se presume su origen en relaciòn con Francisco Gòmez, capitàn del ejèrcito real de su majestad el Rey, quien en similitud con Josè Gòmez Candelario, tambièn capitàn, fueron comandantes de la Plaza Peravia, primer bastiòn español que cobrò ahìnco en los tiempos de la conquista y donde sus descendientes tuvieron luego que sufrir los abatares de la guerra restauradora, de implicaciòn racial, de 1863 a 1865, bajo el liderazgo aplastante del general Pedro Florentino. (Ver Raìces y Profundidades de una Restauraciòn Racial. josegomeznin.blogspot.com. Raìces y Memorias).
El levantamiento de Sabana Iglesia, Santiago, de la artilleria o Carga de los Andulleros bajo el liderazgo del general Fernando Valerio, el 30 de marzo de 1844, estaba compuesto por hombres del tabaco que machetes y sables en manos contribuyeron a la ratificaciòn de nuestra independencia pronunciada el 27 de febrero de ese mismo año, por un trabucazo disparado por el general Matìas Ramòn Mella y Castillo, antes de que posteriormente se aplastara otra intentona de invasiòn en Azua de Compostela el 19 de marzo, con el machete del general Pedro Santana y Familia, dando al traste con el afianzamiento de libertad de un pueblo al que no le quedaba mas batalla para sentarse en su base de paz e institucionalidad, sobre todo, al promulgar su primera constituciòn el 6 de noviembre de ese històrico 1844, en San Cristobal.
Para Juan Gòmez, sus correrìas patriòticas y su acento de hombre español, aunque ``manchado de la tierra``a la vista de España, no constituyò obstàculo alguno para posar su aguda mirada en aquella mestiza, considerada mulata por los enquistados representantes de una oligarquìa blanca que, mas que protegernos, postergò nuestros intereses a sus conveniencias econòmicas y polìticas de los tiempos.
Juana de la Cruz Nùñez Suàrez, mi cuarta abuela, era hija del general baecista Juan Nepomuceno Nùñez, y de Tomasina Suàrez, ambos de Jacagua, zona de los Nùñez, generales, que cabalgaron junto a Gregorio Luperòn para contrarrestar el influjo español. Juan Gòmez conocìa de las pasiones afrancesadas de su suegro, desde la època de 1821, poco despuès del fracaso de la independencia efìmera de la ideologìa de nuestro Teniente-Gobernador, Lic. Josè Nùñez De Càceres, al adherirse al protectorado de La Gran Colombia, sin èxito alguno, cuando el padre de Juan Nepomuceno, Juan Nùñez Blanco, mi sexto abuelo, un pròfugo de la justicia, sin que se especifique por què, asaltò la fortaleza San Luis, enarbolando, a favor de Francia, claro està, la bandera Pro-Uniòn Haitì, gobernando hasta crear las condiciones para la invasiòn de Jean Pierre Boyer en 1822 y manteniendo su poder como comandante de la Plaza de Armas de Santo Domingo hasta la llegada de Charles Herard en 1843. Las ironìas del destino permitieron que su hijo, el general Juan Nepomuceno Nùñez, (53) años despuès, el 5 de agosto de 1874, al mando de cincuenta hombres a caballos, amparado en dos razones, tanto liberar a su hijo preso allì, el tambièn general Juan Evangelista Nùñez, como para iniciar rebeliòn contra el gobierno de Ignacio Maria Gonzàlez y a favor del afrancesado Buenaventura Bàez Mèndez, tomò la susodicha fortaleza quedando muerto en la refriega.
Pedro Francisco Gòmez Nùñez, fue mi tatarabuelo paterno y la vìa directa de mi ascendencia con esos hombres de armas, incluyendo a Juan Gòmez, su padre, de quien fue testigo de sus improntas y encuentros furtivos con hembras, como forma de paliar los tormentos de la guerra, cuando padre e hijo se detenìan y calmaban la sed de los caballos sudorosos, donde en cada sitierìa nunca faltò el sonido del acordeòn recièn llegado de Austria, incorporado a las campiñas cibaeñas y el merengue empezaba a hacer pininos con la picardìa, el zapateo y las cuerdas españolas. Las escapadas de Juan Gòmez nunca fueron incompatibles con el gusto y la pasiòn que hasta su muerte en una refriega en Las Lagunas para 1860, sintiò por Juana Nùñez, con quien, ademàs de mi tatarabuelo Pedro Francisco (1848), procreò a Elena (1838), Maria Francisca (1839), Julio Francisco (1853), Ingìnia (1855) y Juan Francisco (1856).
De esa estirpe de los Gòmez Nùñez, y a travès del linaje de Pedro Francisco, vengo cabalgando entre sueños y atrasos, propio de los hombres que patinamos en el pasado porque permitimos los avances del tiempo, pero no los aceptamos. Veo en mis ancestros huesos removidos que pasean en coche por las ruinas de Jacagua y le dan solemnidad al Santiago Viejo, tierra de nobles por valor intrìnseco, caballeros de capa y espada y de diestros y adustos caporales.
Pedro Francisco cabalga hasta Palmar y se embriaga del aroma del tabaco. El tabaco era a Santiago como la caña al Batey, y se envuelve en las comarcas atraìdo del perfume de las lindas trigueñas, mujeres de sonrisa plena y estrechas cinturas, que llevan sonidos de àngel en sus voces de tonadas conuqueras, pero ufanas de un recato ancestral. Marìa de Jesùs Fermin Guzmàn, hija de Ramòn Fermin De Peña y de Bàrbara Guzmàn Nùñez, desposò a este aùn adolescente, dàndole continuidad a la vida con la procreaciòn de su ùnico vàstago, Josè Ramòn Gòmez Fermin, mi bisabuelo, a quien acompaño en su cabalgar por la lìnea noroeste detràs de los corrillos del horacismo, aunque hacìa siempre un aparte en sus apetencias polìticas y se regodeaba en las mismas enramadas donde Demetrio Rodrìguez bailaba el merengue, persona a quien le dispensò amistad y reconocimiento personal por su valor en los momentos aciagos de la muerte de Ulises Hereaux.
Cuando las clases sociales del paìs se establecian por abolengo, raza y probidad, Josè Ramòn Gòmez, en su limpio cabalgar y su apariencia prìstina, logrò llegar al corazòn de la màs alta sociedad de Santiago, incluyendo el Centro de Recreo, manzana de discordia y apetencia vanidosa de Hereaux y Trujillo, no siendo exceptuado entre los jòvenes que fueron objetos de envidia, por los trastornos, la atrevida ignorancia y la sinuosidad de la historia. Acompañè a mi bisabuelo cuando cabalgaba a Montecristi detràs de tòrridos amores, cuando usaba de pretexto el ordeño en su finca y aplicaba sus ganancias frugales a favor de acciones altruistas, una de ellas otorgada a los auspicios de las hermanas de la caridad de Santiago, donde reposan sus restos en la antìgua Catedral de Santiago Apostol. Me sueño cabalgando con mi bisabuelo, cuando camino a Las Lagunas, se enamora de la mujer de su vida, mi bisabuela Celsa Fermin y Fermin, su pariente, hija del patriota Francisco (Tito) Fermin y de Dominga Fermin Gòmez, una trigueña de verdes ojos con la que le dio continuidad al linaje de mi orgullo. Procrearon a Josè Ramòn (muerto pàrvulo), Rosa (muerta pàrvula), Adelaida, Maria, Mercedes y Juan Francisco M. Gòmez Fermin (Josè), mi abuelo.
¡Que corto fue el cabalgar con mi bisabuelo...!. Fue al amarrar su caballo frente al principal salòn de fiestas de Las Lagunas. La desgracia de una estirpe afrancesada heredada de su padre lo obligaron a pagar con su vida el oprobio del general Juan Nepomuceno Nùñez, cuando asaltò la fortaleza San Luis para favorecer a Bàez y derrocar al presidente Ignacio Maria Gonzàlez, sì, muchas fueron las conjeturas de la època de un cibao que siempre se ha distinguido por llevar la consecuciòn de su historia, como tampoco se descartò su amistad con Ramòn Càceres Vàsquez, en los tiempos que, en 1901, todavìa una parte de los ``Bolos``lo miraban con ojerizas, aquellos ``lilisistas`` sumados a ellos en contradicciòn a Horacio Vàsquez. Pero... ya que ahì termina mi recordado cabalgar con ese noble bisabuelo de apenas 27 años, ahora recuerdo, como luciò y brillò su estrella en esa fiesta, en compañia de Maria De Èbano Betancourt, linda lugareña apetecida por un Gonzàlez del sitio, que, de manera furtiva y cobarde, desatò el amarre del caballo de Gòmez y lo adaptò al suelo, para con el descuido propinarle el tiro mortal...
Ahora mi abuelo Juan Francisco M. Gòmez Fermin y yo tenemos que cabalgar solos por esos caminos torcidos de historias, circunstancias y coincidencias que moldean la vida de los hombres... pues en su corto cabalgar, enlaza con mi abuela Ana Julia, nieta de un francès, coronel Furci Fondeur Lajeunesse, Ministro de Relaciones Exteriores y Proveedor en la guerra de la Restauraciòn. Su hijo, Melitòn Fondeur Fernàndez, mi bisabuelo por esa lìnea, fue uno de los munìcipes que, de otrora, mayormente contribuyeron con el desarrollo de la comunidad de Las Lagunas, hoy Villa Gonzàlez, en honor a un hermano del matador de mi bisabuelo Josè Ramòn Gòmez. Esta vez el destino nos acerca màs a Francia por enlace consanguìneo que por conflictos de Patria.
Sigo al trote con mi abuelo cabalgando con Horacio. Seguimos siendo `` coludos`` sin proponèrnoslo, en guerra abierta con los ``Bolos`` de Juan Isidro Jimènez Pereyra, donde la caballeria implacable se enredaba entre sus patas ante el fuego de los ranchos, el saqueo y la anarquìa en general, que nos hace cabalgar junto a la soldadesca norteamericana. Recuerdo en esa caballeria la imposiciòn del orden, a sangre y fuego tuvo que compartir mi abuelo ese cruento batallar. Apuesto jinete, adusto y de autoridad natural, bailador y manzana de discordia de hombres celosos en aquellas fiestas carnavalescas y florales de la sociedad santiagues. Cae abatido a balazos en plena fortaleza San Luis en un inefable y confuso incidente de armas. De allì sacaron su cuerpo, mientras su caballo afuera relinchaba, como lo hicieron los caballos de Juan Nepomuceno y su hijo Juan Evangelista, aquella noche aciaga del 5 de agosto de 1874.
En su leve agonìa y postrado en su rancho en Palmar, el entonces coronel R. L. Trujillo y Molina, jefe de la Guardia Nacional Dominicana, fue a darle apoyo al moribundo y a exaltar sus cualidades de aguerrido caporal, ordenando los honores de rigor cuando lo sintiò expirar. Entonces me sentì cabalgar con el pelotòn de hombres de amarillo que con toques de corneta y cañones, llevaron a su ùltima morada al infortunado Gòmez, envuelto su ataùd en la bandera nacional.
Muerto mi abuelo el 25 de mayo de 1927, ya habia procreado a mi tìa Mariana y a Josè C. Gòmez Fondeur (Fermin), mi padre, nacido el 6 de abril de 1924. Figura ecuestre que, llegado al Sur, tenìa el perfil de un vaquero forastero de cara roja y perfiladas facciones. Enlazò con mi madre Digna A. Nin Batista, hija de Nèstor A. Nin Fèliz, tambièn ecuestre en la faena necesaria de la industria azucarera, y de Maria Dolores Batista Matos. Èl, mi padre, me enseñò a montar a caballo, y, con èl, a (39) años de su muerte, sigo cabalgando en el sueño de lo mìtico, entre el conuco, el batey, las improntas del gagà, el tongonèo de las negras, la pasiòn, los amores, la nostalgia, la frustraciòn del trabajo honrado, la cosecha, la bonanza de la crianza, la simiente, los reveses y el orgullo de un linaje que aùn vive, que no perece...
En ese Sur de mi vida, donde quisiera descansar, cabalgo junto a mi padre, salimos de los bateyes entrando por El Peñòn, Cabral y La Peñuela, partimos rumbo a Habanero, Palo Alto y Fundaciòn, sintiendo el olor a caña, el tren con los vagones, cuando nos acercamos al ingenio entre el ruido del viejo puerto y las herraduras de los caballos que cònsonas se sienten en el asfalto provinciano...
Cabalgo, pero vuelvo al cibao, despuès de tantos años de un viaje soñador de cabalgatas seculares, me detengo allà, en el camino real, frente a frente al Pico Diego De Ocampo, el que amenazante me saluda con el frio y la pertinaz llovizna de una tarde de invierno. Observo la casita del pasillo empedrado, en Palmar, con la sombra de los arboles y un tamarindo centenario, me inquieta la sentida ausencia de las aves y la presencia de un horno ya vetusto que hacen nostàlgico el encuentro de un lugar abandonado, donde los que habitan, taciturnos, màs el cantar del viento entre las palmeras, grimoso y desafiante, nos comunican que existiò allì una familia: los Gòmez...
El levantamiento de Sabana Iglesia, Santiago, de la artilleria o Carga de los Andulleros bajo el liderazgo del general Fernando Valerio, el 30 de marzo de 1844, estaba compuesto por hombres del tabaco que machetes y sables en manos contribuyeron a la ratificaciòn de nuestra independencia pronunciada el 27 de febrero de ese mismo año, por un trabucazo disparado por el general Matìas Ramòn Mella y Castillo, antes de que posteriormente se aplastara otra intentona de invasiòn en Azua de Compostela el 19 de marzo, con el machete del general Pedro Santana y Familia, dando al traste con el afianzamiento de libertad de un pueblo al que no le quedaba mas batalla para sentarse en su base de paz e institucionalidad, sobre todo, al promulgar su primera constituciòn el 6 de noviembre de ese històrico 1844, en San Cristobal.
Para Juan Gòmez, sus correrìas patriòticas y su acento de hombre español, aunque ``manchado de la tierra``a la vista de España, no constituyò obstàculo alguno para posar su aguda mirada en aquella mestiza, considerada mulata por los enquistados representantes de una oligarquìa blanca que, mas que protegernos, postergò nuestros intereses a sus conveniencias econòmicas y polìticas de los tiempos.
Juana de la Cruz Nùñez Suàrez, mi cuarta abuela, era hija del general baecista Juan Nepomuceno Nùñez, y de Tomasina Suàrez, ambos de Jacagua, zona de los Nùñez, generales, que cabalgaron junto a Gregorio Luperòn para contrarrestar el influjo español. Juan Gòmez conocìa de las pasiones afrancesadas de su suegro, desde la època de 1821, poco despuès del fracaso de la independencia efìmera de la ideologìa de nuestro Teniente-Gobernador, Lic. Josè Nùñez De Càceres, al adherirse al protectorado de La Gran Colombia, sin èxito alguno, cuando el padre de Juan Nepomuceno, Juan Nùñez Blanco, mi sexto abuelo, un pròfugo de la justicia, sin que se especifique por què, asaltò la fortaleza San Luis, enarbolando, a favor de Francia, claro està, la bandera Pro-Uniòn Haitì, gobernando hasta crear las condiciones para la invasiòn de Jean Pierre Boyer en 1822 y manteniendo su poder como comandante de la Plaza de Armas de Santo Domingo hasta la llegada de Charles Herard en 1843. Las ironìas del destino permitieron que su hijo, el general Juan Nepomuceno Nùñez, (53) años despuès, el 5 de agosto de 1874, al mando de cincuenta hombres a caballos, amparado en dos razones, tanto liberar a su hijo preso allì, el tambièn general Juan Evangelista Nùñez, como para iniciar rebeliòn contra el gobierno de Ignacio Maria Gonzàlez y a favor del afrancesado Buenaventura Bàez Mèndez, tomò la susodicha fortaleza quedando muerto en la refriega.
Pedro Francisco Gòmez Nùñez, fue mi tatarabuelo paterno y la vìa directa de mi ascendencia con esos hombres de armas, incluyendo a Juan Gòmez, su padre, de quien fue testigo de sus improntas y encuentros furtivos con hembras, como forma de paliar los tormentos de la guerra, cuando padre e hijo se detenìan y calmaban la sed de los caballos sudorosos, donde en cada sitierìa nunca faltò el sonido del acordeòn recièn llegado de Austria, incorporado a las campiñas cibaeñas y el merengue empezaba a hacer pininos con la picardìa, el zapateo y las cuerdas españolas. Las escapadas de Juan Gòmez nunca fueron incompatibles con el gusto y la pasiòn que hasta su muerte en una refriega en Las Lagunas para 1860, sintiò por Juana Nùñez, con quien, ademàs de mi tatarabuelo Pedro Francisco (1848), procreò a Elena (1838), Maria Francisca (1839), Julio Francisco (1853), Ingìnia (1855) y Juan Francisco (1856).
De esa estirpe de los Gòmez Nùñez, y a travès del linaje de Pedro Francisco, vengo cabalgando entre sueños y atrasos, propio de los hombres que patinamos en el pasado porque permitimos los avances del tiempo, pero no los aceptamos. Veo en mis ancestros huesos removidos que pasean en coche por las ruinas de Jacagua y le dan solemnidad al Santiago Viejo, tierra de nobles por valor intrìnseco, caballeros de capa y espada y de diestros y adustos caporales.
Pedro Francisco cabalga hasta Palmar y se embriaga del aroma del tabaco. El tabaco era a Santiago como la caña al Batey, y se envuelve en las comarcas atraìdo del perfume de las lindas trigueñas, mujeres de sonrisa plena y estrechas cinturas, que llevan sonidos de àngel en sus voces de tonadas conuqueras, pero ufanas de un recato ancestral. Marìa de Jesùs Fermin Guzmàn, hija de Ramòn Fermin De Peña y de Bàrbara Guzmàn Nùñez, desposò a este aùn adolescente, dàndole continuidad a la vida con la procreaciòn de su ùnico vàstago, Josè Ramòn Gòmez Fermin, mi bisabuelo, a quien acompaño en su cabalgar por la lìnea noroeste detràs de los corrillos del horacismo, aunque hacìa siempre un aparte en sus apetencias polìticas y se regodeaba en las mismas enramadas donde Demetrio Rodrìguez bailaba el merengue, persona a quien le dispensò amistad y reconocimiento personal por su valor en los momentos aciagos de la muerte de Ulises Hereaux.
Cuando las clases sociales del paìs se establecian por abolengo, raza y probidad, Josè Ramòn Gòmez, en su limpio cabalgar y su apariencia prìstina, logrò llegar al corazòn de la màs alta sociedad de Santiago, incluyendo el Centro de Recreo, manzana de discordia y apetencia vanidosa de Hereaux y Trujillo, no siendo exceptuado entre los jòvenes que fueron objetos de envidia, por los trastornos, la atrevida ignorancia y la sinuosidad de la historia. Acompañè a mi bisabuelo cuando cabalgaba a Montecristi detràs de tòrridos amores, cuando usaba de pretexto el ordeño en su finca y aplicaba sus ganancias frugales a favor de acciones altruistas, una de ellas otorgada a los auspicios de las hermanas de la caridad de Santiago, donde reposan sus restos en la antìgua Catedral de Santiago Apostol. Me sueño cabalgando con mi bisabuelo, cuando camino a Las Lagunas, se enamora de la mujer de su vida, mi bisabuela Celsa Fermin y Fermin, su pariente, hija del patriota Francisco (Tito) Fermin y de Dominga Fermin Gòmez, una trigueña de verdes ojos con la que le dio continuidad al linaje de mi orgullo. Procrearon a Josè Ramòn (muerto pàrvulo), Rosa (muerta pàrvula), Adelaida, Maria, Mercedes y Juan Francisco M. Gòmez Fermin (Josè), mi abuelo.
¡Que corto fue el cabalgar con mi bisabuelo...!. Fue al amarrar su caballo frente al principal salòn de fiestas de Las Lagunas. La desgracia de una estirpe afrancesada heredada de su padre lo obligaron a pagar con su vida el oprobio del general Juan Nepomuceno Nùñez, cuando asaltò la fortaleza San Luis para favorecer a Bàez y derrocar al presidente Ignacio Maria Gonzàlez, sì, muchas fueron las conjeturas de la època de un cibao que siempre se ha distinguido por llevar la consecuciòn de su historia, como tampoco se descartò su amistad con Ramòn Càceres Vàsquez, en los tiempos que, en 1901, todavìa una parte de los ``Bolos``lo miraban con ojerizas, aquellos ``lilisistas`` sumados a ellos en contradicciòn a Horacio Vàsquez. Pero... ya que ahì termina mi recordado cabalgar con ese noble bisabuelo de apenas 27 años, ahora recuerdo, como luciò y brillò su estrella en esa fiesta, en compañia de Maria De Èbano Betancourt, linda lugareña apetecida por un Gonzàlez del sitio, que, de manera furtiva y cobarde, desatò el amarre del caballo de Gòmez y lo adaptò al suelo, para con el descuido propinarle el tiro mortal...
Ahora mi abuelo Juan Francisco M. Gòmez Fermin y yo tenemos que cabalgar solos por esos caminos torcidos de historias, circunstancias y coincidencias que moldean la vida de los hombres... pues en su corto cabalgar, enlaza con mi abuela Ana Julia, nieta de un francès, coronel Furci Fondeur Lajeunesse, Ministro de Relaciones Exteriores y Proveedor en la guerra de la Restauraciòn. Su hijo, Melitòn Fondeur Fernàndez, mi bisabuelo por esa lìnea, fue uno de los munìcipes que, de otrora, mayormente contribuyeron con el desarrollo de la comunidad de Las Lagunas, hoy Villa Gonzàlez, en honor a un hermano del matador de mi bisabuelo Josè Ramòn Gòmez. Esta vez el destino nos acerca màs a Francia por enlace consanguìneo que por conflictos de Patria.
Sigo al trote con mi abuelo cabalgando con Horacio. Seguimos siendo `` coludos`` sin proponèrnoslo, en guerra abierta con los ``Bolos`` de Juan Isidro Jimènez Pereyra, donde la caballeria implacable se enredaba entre sus patas ante el fuego de los ranchos, el saqueo y la anarquìa en general, que nos hace cabalgar junto a la soldadesca norteamericana. Recuerdo en esa caballeria la imposiciòn del orden, a sangre y fuego tuvo que compartir mi abuelo ese cruento batallar. Apuesto jinete, adusto y de autoridad natural, bailador y manzana de discordia de hombres celosos en aquellas fiestas carnavalescas y florales de la sociedad santiagues. Cae abatido a balazos en plena fortaleza San Luis en un inefable y confuso incidente de armas. De allì sacaron su cuerpo, mientras su caballo afuera relinchaba, como lo hicieron los caballos de Juan Nepomuceno y su hijo Juan Evangelista, aquella noche aciaga del 5 de agosto de 1874.
En su leve agonìa y postrado en su rancho en Palmar, el entonces coronel R. L. Trujillo y Molina, jefe de la Guardia Nacional Dominicana, fue a darle apoyo al moribundo y a exaltar sus cualidades de aguerrido caporal, ordenando los honores de rigor cuando lo sintiò expirar. Entonces me sentì cabalgar con el pelotòn de hombres de amarillo que con toques de corneta y cañones, llevaron a su ùltima morada al infortunado Gòmez, envuelto su ataùd en la bandera nacional.
Muerto mi abuelo el 25 de mayo de 1927, ya habia procreado a mi tìa Mariana y a Josè C. Gòmez Fondeur (Fermin), mi padre, nacido el 6 de abril de 1924. Figura ecuestre que, llegado al Sur, tenìa el perfil de un vaquero forastero de cara roja y perfiladas facciones. Enlazò con mi madre Digna A. Nin Batista, hija de Nèstor A. Nin Fèliz, tambièn ecuestre en la faena necesaria de la industria azucarera, y de Maria Dolores Batista Matos. Èl, mi padre, me enseñò a montar a caballo, y, con èl, a (39) años de su muerte, sigo cabalgando en el sueño de lo mìtico, entre el conuco, el batey, las improntas del gagà, el tongonèo de las negras, la pasiòn, los amores, la nostalgia, la frustraciòn del trabajo honrado, la cosecha, la bonanza de la crianza, la simiente, los reveses y el orgullo de un linaje que aùn vive, que no perece...
En ese Sur de mi vida, donde quisiera descansar, cabalgo junto a mi padre, salimos de los bateyes entrando por El Peñòn, Cabral y La Peñuela, partimos rumbo a Habanero, Palo Alto y Fundaciòn, sintiendo el olor a caña, el tren con los vagones, cuando nos acercamos al ingenio entre el ruido del viejo puerto y las herraduras de los caballos que cònsonas se sienten en el asfalto provinciano...
Cabalgo, pero vuelvo al cibao, despuès de tantos años de un viaje soñador de cabalgatas seculares, me detengo allà, en el camino real, frente a frente al Pico Diego De Ocampo, el que amenazante me saluda con el frio y la pertinaz llovizna de una tarde de invierno. Observo la casita del pasillo empedrado, en Palmar, con la sombra de los arboles y un tamarindo centenario, me inquieta la sentida ausencia de las aves y la presencia de un horno ya vetusto que hacen nostàlgico el encuentro de un lugar abandonado, donde los que habitan, taciturnos, màs el cantar del viento entre las palmeras, grimoso y desafiante, nos comunican que existiò allì una familia: los Gòmez...
felicidades.
ResponderEliminarsergio cordones