Con su muerte, no sólo se cierra un capítulo, sino también una ventana de la nacionalidad;
banderas que ondeaban en las fardas danzantes de hermosas damas; merengue auténtico
resistido a morir, como él, Joseíto, como el grito a la tambora, el gemido del acordeón ante
el ruido de una güira elevada al cielo.
Te veo partir, merenguero hasta la tambora, y pienso, qué haría ahora, inmerso en este
infierno generacional de coplas avasalladoras...
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