¡Hermana!, tu natalicio me remonta a tiempos de nostalgias; de los cuatro hermanos, eras la más circunspecta e introvertida, cuando tus reservas guardabas en esos caminos mutantes, maravillosos, donde apenas florecía la vida.
Recuerdo las mariposas y su variedad de colores, así como los amores literales, pueriles, que hacían pinceladas en ojos aviesos de inocentes niños que tropezaban con el verdor y el vuelo de las aves en cantares.
Y discurren los años, en la escuela y sus huertos, su bandera, así, maestras que muy señeras fruncían ceños de confianza; eran tiempos de esperanzas, ansias y sueños, ¡oh, hermana postrera!.
¡Estamos aquí!, donde Dios parece señalarnos cumplidos, entre cariño, latidos, tristeza y felicidad; nos dice que hoy debemos celebrar la parte buena que aún nos queda; no corramos sobre ruedas, apresurados tras saudades inauditas, vivamos la vida rica, disfrutemos, gocemos como cuando papá y mamá, de ese dulce recordar...
¡Te amo, hermana!.
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