Y nuestra tierra dejó de ser lejana, cambió su distancia por un pesado cielo reflejado en inquietas camas que ya no ofrecen descanso; el hacinamiento ya no es de los pobres, ni tribu, ni gitanos; tampoco diáspora que parece volar como palomas espantadas del nido por las detonaciones, desfaces; se junta el mundo, mansos y cimarrones, en pequeños espacios, los que aún permanecen a salvo, aunque en amenazas humanas tenaces...
Entonces amanece, anochece, sin la media luna que sonríe; el brillo de las estrellas se muestra tenue e indiferente; en un abrir y cerrar de ojos, entre alba y crepúsculo, sentimos el paso del tiempo prohijado por la máquina, la tecnología, el oropel, espejismos y movimientos en cierne de cabezas vacías motivadas por ambigüedades siniestras, miedo al miedo, fe ciega al poder; ¡Bajad el telón, ha terminado la farsa!, como bien dijo Francois Rabelais; mas, en tus besos, mujer, siento la miel, la esperanza...
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