¡Oh madre mía!,
que sea una tempestad;
una más de las que venciste
con tu valor espartano,
no te sueltes de mis manos
ni resbales estos dedos
que te aprietan con denuedo
en mis recuerdos de antaño;
Eras china trigueñita,
de ojos profundos,
brillosos,
tus cachetes con pequitas,
tus cariños tan golosos;
¡Quédate madre!,
¡Quédate entre nosotros!;
porque en esos caminos,
angostos,
aún labra el carpintero,
ciguas palmeras que en sueños
cantan dulzuras,
primor;
sigue tu rumbo mi vieja,
te saluda el ruiseñor;
Allá, en tus caminos de acoso,
donde urgida,
entre tus brazos,
mojaba tu espalda estrecha;
hoy te saludan los vientos,
aquella brisa sureña,
la inhospitalidad del campo
y las gramíneas cañeras;
¡Te quiero viva!, madre,
aunque sea para aguantarme
la felicidad que anhelo;
es la moral que tù das
de un instinto inmaculado,
en ti no existe hijo feo,
tampoco los hijos malos;
Aunque sea para mecerte,
ante el alba,
un nuevo sol;
decirte siempre ¡te quiero!,
mientras ves nacer la flor...
¡Bendición mamá querida!.
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