De ``Bayahonda`` y ``Bateysito`` conservo recuerdos imborrables que se asocian a la vida y a la muerte. Recuerdo a esa pobre maestra rural que, despuès de tanta fatiga en su cotidiano afàn de cumplir con ese apostolado, perdiò la vida en una curva enlodada al deslizarse un camiòn cañero, asì como el haitiano que corrìa desesperado, confundido, se estrellaba en el suelo, apesadumbrado, cuando recibiò la noticia, que su padre, un anciano de unos ochenta años, perdiò la vida al caer de una mata de cocos en plena labor agrìcola y con interès de desayunarse.
Ese mismo camino, muchas veces lleno de mutaciones insospechadas, nos llevò a Tamayo, luego a ``Bombita`` y por ùltimo al batey nùmero siete, el cual rayò en mi conciencia las màs memorables vivencias en edad, aùn pueril, porque fueron esos bateyes los puntos operacionales de la Industria Nacional Azucarera, con matices esclavistas en tiempos de una civilizaciòn maldita, donde cohesionan dos culturas diferentes, pero atraìdas por el sexo, el clerèn, el brebaje y nuestras mundanas raìces.
El retorno a mi lauro natal, Barahona, me transporta a un cielo estrellado de mis primeros amores, pero, por la condiciòn polìtica del paìs en una època post Trujillo, no habìa ganado conciencia aun, si de alegrarme o ponerme a llorar, cuando comenzò a operar el caos de una libertad abrupta y quizàs intempestiva. Todavìa los remanentes de la guardia amarilla, que usaban fusiles con bayonetas, cartucheras y cantimploras en sus cinturas, corrìan entre los montes tras los primeros asomos de luchas clandestinas revolucionarias, mientras me situaban en dos aguas, unos como el joven que comenzaba a despertar acorde con los nuevos tiempos y, otros, como el hijo de una familia conservadora y ligada en cierta forma a las instituciones castrenses. Recuerdo a Rafael Bonilla Aybar (Bonillita), cuando le gritaba a Juan Bosch: ``Te equivocaste Juan...`` y lo repetìa, gozàndose al travès de la radio del golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963.
Con este acontecimiento llegò la revoluciòn de abril de 1965, que, aunque tuvo la capital como epicentro, causò estragos en nuestros pueblos y campos, con cruentos episodios de abusos y terror, cuando guardias ataviados de verde olivo de la Aviaciòn Militar Dominicana, comandados por el entonces mayor Marmolejos, desaparecieron y ejecutaron en mi provincia a cabezas visibles de la corriente comunista ortodoxa. El asedio de la guerra fria promovida aquì por los EE.UU. de norteamèrica, fue una fatìdica època lentamente comprendida por los que hoy ya no somos jòvenes, que le daban a Joaquìn Balaguer el sitial de dèspota ilustrado. Entre los gobiernos de Balaguer, tanto sus primeros doce años como sus ùltimos diez, màs los gobiernos que se sucedieron en ese intervalo, solo hice vivir, dejar la vida correr, asimilarla, estudiarla y estar acorde a sus altas y bajas, trabajar, conocer de la idiosincrasia pùblica, ser parte de uno que otro estamento militar, para matar un capricho, quizàs, conocer ciertos organismos de inteligencia llenos de gente bruta, y, valorar la libertad por apenas dìas de presidios correctivos. Pero, conocì tambièn del sector privado el cortejo de la aparente opulencia, de la mal intencionada dàdiva y de la segura explotaciòn, todavìa hoy, del hombre por el hombre.
Corrìa la dècada de los sesenta y con ella (1969-1970) la lucha por el medio millòn como presupuesto para la Universidad Autònoma de Santo Domingo, autonomìa, mas que conquistada, otorgada gentilmente por Joaquìn Balaguer a travès de la ley 5778 del 31 de diciembre de 1961, quien desde el gobierno, no reparò en recordar su expulsiòn del alto recinto acadèmico que lo tildò de ``cola de leòn``de la recièn pasada dictadura.
En el liceo secundario Federico Henrìquez y Carvajal, adolescentes ataviados de crema, coreàbamos junto con los cabecillas de los movimientos ``revolucionarios``, al tono de ¡``Balaguer ... Asesino``!, repetidas veces, mientras Melton Pineda, seco como un bacalao, para ese entonces, encendìa la chispa de la persecuciòn policial cuando, luego de improvisar un discurso anti imperialista y de calificar de lacayo al presidente de la Repùblica, le daba fuego a una bandera norteamericana. Corrìamos muchas veces sin rumbo fijo, no solamente al escuchar los disparos y las bombas lacrimògenas, sino tambièn al sentir las càpsulas de cartuchos y plomos que levantaban a nuestro alrededor el polvo amarillento de las calles empedradas del ensanche Jaime Mota. Llegàbamos a la casa con el uniforme desgarrado y sucio, ademàs de muy creìdos en la justeza de grupos rebeldes que hablaban de libertad, estimulados por la reciente victoria de la revoluciòn cubana. Los jòvenes quisimos imitar a Ernesto (Che) Guevara De la Serna, y usàbamos boinas como sombreros. Pero esas luchas se fueron perdiendo, en el momento que indivìduos de baja estofa social hicieron protagonismo en ese proceso. Los asaltos a grandes entidades comerciales y bancos del paìs, de parte de esos pseudos revolucionarios, le daban puntos a favor al conservadurismo dominicano, que vimos con impotencia que la ambiciòn polìtica de la lucha del proletariado, se ensañò contra el proletariado mismo, cuando a diario caìa abatido a tiros un soldado raso, cabo o sargento, quizàs, ex militares, tambièn de bajas graduaciònes, calificados alegremente de ``calieses``, solo porque prestaron servicio en una època, aunque oprobiosa en cierto sentido, de institucionalidad y fortaleza de Estado, de otro.
``Confiscaciòn Revolucionaria...``. Asì llamaban esos desaprensivos, iletrados en su mayorìa, al robo vulgar y al desarme de humildes hombres de uniformes, tan dominicanos como ellos.
Tantos desaciertos creò una lucha, màs que ideològica, de intereses de poder y economìa. El Movimiento Popular Dominicano (MPD), fundado en la clandestinidad en 1956, con Lòpez Molina a la cabeza, entrò en contradicciòn con el Partido Comunista de la Repùblica Dominicana (PACOREDO), y esas diferencias fueron aprovechadas por los organismos norteamericanos de seguridad enquistados en nuestros cuarteles. Pero, todo el que morìa violentamente quedaba coronado con la gloria del antibalaguerismo, aunque el fuego haya provenido de uno de los grupos contendores.
Jorge de Jesus Nin (Jorgito), fue mandado a matar por la lìnea dura de su propia organizaciòn, por la amenaza que hiciese de renunciar a ella y recoger todas las armas que consideraba suyas, inconforme porque la cùpula de la capital le quitaba mèritos debido a sus condiciones analfabetas. Juan Pablo Fèliz (Pelayo), fue quien disparò a las cejas de Nin, siendo èste, dicho sea de pasada, un guerrillero urbano, temido por la policìa, con experiencia de combate en guerra de guerrilla y en la revoluciòn de abril de 1965, pero matador furtivo de antìguos militares, queriendo hacerlo con mi padre, a quien ya tenìa medido, resistièndose finalmente de apretar el gatillo al confundirlo con quien esto escribe, por considerarlo su pariente...
Ese mismo camino, muchas veces lleno de mutaciones insospechadas, nos llevò a Tamayo, luego a ``Bombita`` y por ùltimo al batey nùmero siete, el cual rayò en mi conciencia las màs memorables vivencias en edad, aùn pueril, porque fueron esos bateyes los puntos operacionales de la Industria Nacional Azucarera, con matices esclavistas en tiempos de una civilizaciòn maldita, donde cohesionan dos culturas diferentes, pero atraìdas por el sexo, el clerèn, el brebaje y nuestras mundanas raìces.
El retorno a mi lauro natal, Barahona, me transporta a un cielo estrellado de mis primeros amores, pero, por la condiciòn polìtica del paìs en una època post Trujillo, no habìa ganado conciencia aun, si de alegrarme o ponerme a llorar, cuando comenzò a operar el caos de una libertad abrupta y quizàs intempestiva. Todavìa los remanentes de la guardia amarilla, que usaban fusiles con bayonetas, cartucheras y cantimploras en sus cinturas, corrìan entre los montes tras los primeros asomos de luchas clandestinas revolucionarias, mientras me situaban en dos aguas, unos como el joven que comenzaba a despertar acorde con los nuevos tiempos y, otros, como el hijo de una familia conservadora y ligada en cierta forma a las instituciones castrenses. Recuerdo a Rafael Bonilla Aybar (Bonillita), cuando le gritaba a Juan Bosch: ``Te equivocaste Juan...`` y lo repetìa, gozàndose al travès de la radio del golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963.
Con este acontecimiento llegò la revoluciòn de abril de 1965, que, aunque tuvo la capital como epicentro, causò estragos en nuestros pueblos y campos, con cruentos episodios de abusos y terror, cuando guardias ataviados de verde olivo de la Aviaciòn Militar Dominicana, comandados por el entonces mayor Marmolejos, desaparecieron y ejecutaron en mi provincia a cabezas visibles de la corriente comunista ortodoxa. El asedio de la guerra fria promovida aquì por los EE.UU. de norteamèrica, fue una fatìdica època lentamente comprendida por los que hoy ya no somos jòvenes, que le daban a Joaquìn Balaguer el sitial de dèspota ilustrado. Entre los gobiernos de Balaguer, tanto sus primeros doce años como sus ùltimos diez, màs los gobiernos que se sucedieron en ese intervalo, solo hice vivir, dejar la vida correr, asimilarla, estudiarla y estar acorde a sus altas y bajas, trabajar, conocer de la idiosincrasia pùblica, ser parte de uno que otro estamento militar, para matar un capricho, quizàs, conocer ciertos organismos de inteligencia llenos de gente bruta, y, valorar la libertad por apenas dìas de presidios correctivos. Pero, conocì tambièn del sector privado el cortejo de la aparente opulencia, de la mal intencionada dàdiva y de la segura explotaciòn, todavìa hoy, del hombre por el hombre.
Corrìa la dècada de los sesenta y con ella (1969-1970) la lucha por el medio millòn como presupuesto para la Universidad Autònoma de Santo Domingo, autonomìa, mas que conquistada, otorgada gentilmente por Joaquìn Balaguer a travès de la ley 5778 del 31 de diciembre de 1961, quien desde el gobierno, no reparò en recordar su expulsiòn del alto recinto acadèmico que lo tildò de ``cola de leòn``de la recièn pasada dictadura.
En el liceo secundario Federico Henrìquez y Carvajal, adolescentes ataviados de crema, coreàbamos junto con los cabecillas de los movimientos ``revolucionarios``, al tono de ¡``Balaguer ... Asesino``!, repetidas veces, mientras Melton Pineda, seco como un bacalao, para ese entonces, encendìa la chispa de la persecuciòn policial cuando, luego de improvisar un discurso anti imperialista y de calificar de lacayo al presidente de la Repùblica, le daba fuego a una bandera norteamericana. Corrìamos muchas veces sin rumbo fijo, no solamente al escuchar los disparos y las bombas lacrimògenas, sino tambièn al sentir las càpsulas de cartuchos y plomos que levantaban a nuestro alrededor el polvo amarillento de las calles empedradas del ensanche Jaime Mota. Llegàbamos a la casa con el uniforme desgarrado y sucio, ademàs de muy creìdos en la justeza de grupos rebeldes que hablaban de libertad, estimulados por la reciente victoria de la revoluciòn cubana. Los jòvenes quisimos imitar a Ernesto (Che) Guevara De la Serna, y usàbamos boinas como sombreros. Pero esas luchas se fueron perdiendo, en el momento que indivìduos de baja estofa social hicieron protagonismo en ese proceso. Los asaltos a grandes entidades comerciales y bancos del paìs, de parte de esos pseudos revolucionarios, le daban puntos a favor al conservadurismo dominicano, que vimos con impotencia que la ambiciòn polìtica de la lucha del proletariado, se ensañò contra el proletariado mismo, cuando a diario caìa abatido a tiros un soldado raso, cabo o sargento, quizàs, ex militares, tambièn de bajas graduaciònes, calificados alegremente de ``calieses``, solo porque prestaron servicio en una època, aunque oprobiosa en cierto sentido, de institucionalidad y fortaleza de Estado, de otro.
``Confiscaciòn Revolucionaria...``. Asì llamaban esos desaprensivos, iletrados en su mayorìa, al robo vulgar y al desarme de humildes hombres de uniformes, tan dominicanos como ellos.
Tantos desaciertos creò una lucha, màs que ideològica, de intereses de poder y economìa. El Movimiento Popular Dominicano (MPD), fundado en la clandestinidad en 1956, con Lòpez Molina a la cabeza, entrò en contradicciòn con el Partido Comunista de la Repùblica Dominicana (PACOREDO), y esas diferencias fueron aprovechadas por los organismos norteamericanos de seguridad enquistados en nuestros cuarteles. Pero, todo el que morìa violentamente quedaba coronado con la gloria del antibalaguerismo, aunque el fuego haya provenido de uno de los grupos contendores.
Jorge de Jesus Nin (Jorgito), fue mandado a matar por la lìnea dura de su propia organizaciòn, por la amenaza que hiciese de renunciar a ella y recoger todas las armas que consideraba suyas, inconforme porque la cùpula de la capital le quitaba mèritos debido a sus condiciones analfabetas. Juan Pablo Fèliz (Pelayo), fue quien disparò a las cejas de Nin, siendo èste, dicho sea de pasada, un guerrillero urbano, temido por la policìa, con experiencia de combate en guerra de guerrilla y en la revoluciòn de abril de 1965, pero matador furtivo de antìguos militares, queriendo hacerlo con mi padre, a quien ya tenìa medido, resistièndose finalmente de apretar el gatillo al confundirlo con quien esto escribe, por considerarlo su pariente...