Hacer que la vida se componga de una espera no es cómodo; que al recostarnos pase el cansancio que nos produce el cadáver a cuesta que lleva el alma, es agobiante, acusador de las bondades que te regaló en épocas de rosas y no lo ponderaste.
Vejez, la peor de las dictaduras que te limita el vino y la libido, cuando se siente el rancio medicamentoso de las circunstancias que desdicen de la hembra y ese cuerpo de diosa, su olor; perfume de mujer bonita, hermosa, vemos la flor que marchita reverenciando al dolor.
Por qué seguir esperando, si es que el ocaso es eterno, es como el solar que yermo, no terminas por limpiar; lanzas tus horas al ruedo, apura y con denuedo, echa el último suspiro, acomoda un nuevo nido, aunque resulte frugal...