El batey era la zafra, el peligro y el amor. Las autoridades operativas del Ingenio eran hombres en su mayoría, de horca y cuchillo. Muchos de ellos provenían de filas militares en los tiempos en que en la república dominicana se sabía ´´batir el cobre´´. Recuerdos a Jaque, un personaje que explotaba una simulada encorvadura con aspecto de bandido de película, siempre encima de su mula, donde descansaba con un sólo pie puesto en el estribo, y su sombrero, de alas medianas, usado en la mitad de su nariz. Usaba botas de montar con inclementes espuelas que hacían brincar al animal ante cualquier imprevisto. De rostro amargado y adusto, parecía ser el representante exclusivo del patán dominicano. Con filoso cuchillo de unas veintidós pulgadas, el que exhibía como trofeo de guerra, una vez lo vi cuando lo blandía frente a una carnicería donde se rehusaba a pagar y le advertía al carnicero que, su arma, tenía como nombre,´´sin familia´´.
El detonante del batey era el alcohol y el disfrute con las negras. No existía otro ambiente más sano y propicio para dos sociedades que, por razones obvias, tenían que compartir juntas su destino. Y precisamente esos encuentros echaron sus raíces.
El batey luce tranquilo. Sólo se siente el retumbe de una vellonera mal sintonizada y los caballos que comienzan a llegar desde Mena, Las Tejas y Los Robles, llevando a los parroquianos al bar de Tindé. Bailaban dominicanos con haitianas. Las morenas bailan con encendidos pañuelos ceñidos a la cabeza, simulando, entre otras cosas, el aspecto hirsuta de su raza. Pero también bailan haitianos con dominicanas, subculturizadas éstas, no sólo por la necesidad y el afán cotidiano contra un machismo ancestral, sino también por sus exigentes demandas sexuales y la magia del Gagá. Y las raíces siguen creciendo.
Excitación y deseo dominan el ambiente en el bar. El machismo desborda la libido y todo era alegre, pero caldeado y grimoso. Las raíces engendraron sus frutos...