Entre durmiendo y despierto en mi caminar perenne logro llegar al sitio, donde los pinares que dividían las callejuelas polvorientas se extinguían dejando huellas de tocones y tejidos secos. Diviso la casa reducida y empequeñecida por la inclemencia del tiempo; los jóvenes son como el caballo, cuyos ojos aumentan los objetos, incluyendo a su propio amo, como tarea de la naturaleza que evita su instinto salvaje; pues ahora veo reducidos peldaños que me conducen al hábitat añorado, de tablas desvencijadas y pintadas como siempre, sólo que opacadas por los años; el rugir del viento le daba voz al silencio con el crujir de maderas viejas, bisagras y aldabas corroídas, mientras por las ventanas que se abren quejumbrosas, gemidos y voces de amor con bambú y tamboras se escuchan desde el batey...
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