Madres sustitutas cuyo rol comenzaba desde el momento en que nuestros pies llegaban al peldaño del recinto escolar que nos dividía de la calle; cuando el olfato jamás se deshizo del olor a trementina y otros desinfectantes que, como el eucalipto, eran atraídos por la brisa del prado.
Mujeres adustas, pero de una media sonrisa disimulada y que sonrojaba la inocencia; voces enérgicas de corrección que bajaban las cabezas; manos suaves y endurecidas a la vez, cuando eran incidencias de lápices y tizas, que nos acariciaban el pelo calmando la timidez y la tristeza conjugadas en la verdadera enseñanza.
Loor a mis maestras de Barahona; mencionarlas es pecar si omito algún nombre prodigioso de esos recuerdos; de esos tiempos que hacen contraste con las adversidades presentes.