Inerte e inflexible debe ser quien no reacciona ante la lluvia, intempestiva o no; hay quienes de emoción titiritan gozosos de la tibieza hogareña, del juego asustadizo del perro por temor a los relámpago que iluminan los espejos a medio cubrir por la vieja para evitar los rayos; se gozan hasta de la gota que salpica y no logra traspasar el oscuro mosquitero, y del sonido peculiar que produce en la ´´taza de noche´´ esmaltada. ¡´´Agua Dios´´!, dicen los del Cibao adentrados en la virtud de la cosecha y su principal materia prima; con profusión escapa del labriego el espeso humo de su cigarro casero, recostado, con su sombrero de ´´panza de burro´´, como si acechase, en un quicio de la puerta principal; ataviados e impotentes lucen los puentes, burlados por las corrientes que superan sus estructuras; anafes apagados o encendidos, caras duras, sonrientes, porque también amor y dulzura se suscita en los tejados, entre el brillo anaranjado de un sol oculto, aislado, pelo entripado y en rizos debajo del guayabal donde parece llover dos veces, crujir de dientes insinuantes, labios que besan, mojan, mas, son ardientes...
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