Existir y no vivir,
una forma de sufrir
que nos acorrala el alma,
y aunque nos conforta la oración,
la calma,
mas,
se nos rompe el corazón;
El hombre,
como el árbol,
suelta en la brisa tensa
las hojas secas de su otoño,
en lo que llega el retoño,
y en eslabones tus trenzas;
Luces tenues en el cuerpo
de ese ser que me creó;
¿hasta dónde llevas, Dios,
ese amor tan prohijado,
del que me siento ufanado
como abejas en su enjambre,
tras la reina,
que es mi madre en su sentido,
quien a tientas,
y sigilosa,
está abandonando el nido?;
Entre ese ocaso inaudito
a mi me arrancas el alma,
sólo te pido en la calma,
brechas con luz entre gritos...