En uno de los duros bancos de un parque florecido, con la belleza primaveral perfumada de abril; así, la humedad de la tímida, pero pertinaz llovizna, ¿descansaba?, ese cuerpo que ya no encuentra posición para dormir o reparar los avatares de su largo camino; con ropa raída, usando en su cabeza, de almohada, sus desgastadas soletas batalladoras en los trillos, mientras sus uñas de pies y manos ya son pesuñas marrones, encorvadas como picos de loros. ¿Quién eres?, le pregunto, mientras me ejercito en el lugar, lleno de una naturaleza con las pinceladas de colores que dan las flores. ¡Soy el camino...!, me responde. ¿Y què podría hacer por ti?, me preocupas. ¡Nada...!, porque usted, replica, ´´ya no puede con el fardo pesado del trajinar que me invita a descansar, aunque no quiera; pues es el peso de batallar del lado opuesto a la corriente de un mundo que es el mismo, no importa lo milenario, donde si tienes suerte en tu rebeldía, te catapultas al lado de los inmortales, aunque te maten; y que te humillan y aíslan al plano de los ignorados y huérfanos de oropel y solemnidad, si aún siendo rebelde, no los enfrentas; empero, no todo ha sido malo en el camino, pues llevo amores y placeres, amargor de copas y brillos labiales; acordeón, cuerdas y maracas que me excitan la memoria...´´. ¡Excelente amigo!, y ¿cuál, entonces, es tu norte...?. ¡El llamado Pasado...!!!!.
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