No debiste, Marìa Josè, pedir perdón a esa gente de la ley por haber nacido aquí, si viniste a engalanar el renegrido dominicano, dándole el matiz con tu brillo acentuado de negra latina. Con tu exposición, que recorrió gran parte del mundo, no tuvo otro remedio la erudición burocrática que no sea devolverte la identidad, tan dominicana como el que más. Pensaron los acanelados de sueños arios, que de tu origen no saldría una voz tan dulce, de labios y rostro agrestes como naturaleza encantada.
Entre tu llanto sin pintas escénicas, como lluvia refrescante que desahoga el cielo, se impuso la voluntad de Dios, pues siento el pàlpito de la deidad en tus palabras. Deberíamos los dominicanos sentirnos orgullosos de compartir contigo nuestra nacionalidad, de recibir en nuestra tierra tus raíces de esclava ancestral, aunque de hermosura inusitada.
Claro está que necesitamos fortalecer la soberanía con nuestros códigos y leyes vigentes, pero sin herir susceptibilidades. ¿Acaso no se auto hieren los que para 1929 tenían aún vivos algún abuelo o abuela llegados de las plantaciones colonialistas, aquellas que inmigraron por los senderos petromacorisanos y samanenses?.
Para ello necesitan sentarse nuevamente en la escuelita y que les enseñen a mirarse el ombligo, a buscar sus raíces, y que sus decisiones convertidas en leyes, producto de su humana entelequia, por lo menos contribuyan con el respeto a la dignidad, que sus sanciones comiencen por las fronteras y terminen con la responsabilidad de empresarios, hacendados y políticos.
¡Oh salve, Marìa Josè!;
¡Quédate con nosotros...!!!!.
Entre tu llanto sin pintas escénicas, como lluvia refrescante que desahoga el cielo, se impuso la voluntad de Dios, pues siento el pàlpito de la deidad en tus palabras. Deberíamos los dominicanos sentirnos orgullosos de compartir contigo nuestra nacionalidad, de recibir en nuestra tierra tus raíces de esclava ancestral, aunque de hermosura inusitada.
Claro está que necesitamos fortalecer la soberanía con nuestros códigos y leyes vigentes, pero sin herir susceptibilidades. ¿Acaso no se auto hieren los que para 1929 tenían aún vivos algún abuelo o abuela llegados de las plantaciones colonialistas, aquellas que inmigraron por los senderos petromacorisanos y samanenses?.
Para ello necesitan sentarse nuevamente en la escuelita y que les enseñen a mirarse el ombligo, a buscar sus raíces, y que sus decisiones convertidas en leyes, producto de su humana entelequia, por lo menos contribuyan con el respeto a la dignidad, que sus sanciones comiencen por las fronteras y terminen con la responsabilidad de empresarios, hacendados y políticos.
¡Oh salve, Marìa Josè!;
¡Quédate con nosotros...!!!!.