miércoles, 27 de junio de 2012

MI PADRE, UN HOMBRE COMÙN: UN BUEN ``MUCHACHO``...

Hoy lo veo como ``un buen muchacho``, pues supero ya en diez años la edad en que muriò hace cuarenta. Era comùn mi padre. Me convencì. Màs, no era del montòn. No era el hombre mediocre que describe Josè Ingenieros, en su obra ``El Hombre Mediocre``. Mi capacidad de discernir lo señalan como el hombre lìder dentro de un entorno cotidiano. Son los pasos a seguir y que seguì, que me llenan de seguridad y orgullo. Cuando niño, con solo mirar un bolsillo de su filoso pantalòn, imaginaba el botìn que satisfizo mis inocentes caprichos y el de toda la humanidad que le rodeaba y acompañaba haciendo trillos en la comunidad del trabajo honrado. Cada hombre nace de un molde diferente, pero siempre existe un paradigma, ese es mi padre, a quien considerè inmortal dentro de su atuendo de caquis, botas de cuero, sombrero de fieltro y espuelas para montar. Era, sin duda, un hombre singular. Su temple calmado, callado y frìo, delataba su misterio en aquellos predios salados. No eran sus lares, pero supo sacar el dulce a la tierra amarga de las baya hondas y los guayacanes.


Hablaba con la mirada. A veces era difìcil llegar a su intimidad, pero su abrazo aùn me aprieta, siento su olor peculiar. Trabajador incansable, como el cibao. Naciò en Santiago de los Caballeros y su intempestiva muerte no le permitiò aguardar el futuro que merecìa. Su ascendencia le prohibìa menoscabar su honor y el valor intrìnseco de los Gòmez, aunque ligara su sangre sin mirar estirpes, pues para las mujeres no tenìa ojerizas. Ponderaba como ``virgen`` y buena la tierra de ese Sur profundo y sus hombres laboriosos, aunque marcaba excepciones entre los que ancestralmente tenìan por costumbre dormir siestas. Lo recuerdo ecuestre, respetado. Admirado por unos y envidiado por otros que recelaban su apariencia forastera. Un forastero que dio càtedras sobre la tècnica de hacer parir la tierra. Pero... era comùn mi padre. Al morir, la ciudad siguiò corriendo, el panadero a su hora pregonaba el ``pan de huevos`` que tanto le reprochò el extinto. Incrèdulo, veìa como en capilla ardiente, no se detenìa el bullicio de los niños arrastrando aros de bicicletas con improvisados ganchos, para disfrutar la copiosa lluvia que imprudentemente caìa. Los buhoneros aprovechaban la muchedumbre para ofrecer sus ventas, mientras los menos solemnes, aunque a discreciòn, hacìan partidas de dominò. No existìa las funerarias en mi pueblo, la sala de cada casa era el escenario oprobioso de una cultura de duelo milenaria. Como si se tratase de la simple hoja que a medio madurar se precipita y deja el frondoso àrbol, se fue mi padre aquella mañana primaveral. Recuerdo que al velorio seguìan llegando las noticias del batey, la quema de la caña de parte de desaprensivos polìticos de oposiciòn, la planificaciòn del corte y la limpieza en las zonas desbastadas. ¡``Todo està controlado...``!. ``Ya Adolfo Boyer, Antonio Segura, Jesùs De la Rosa, Julio Pèrez Ache y ``Chichì`` Matos, salieron con brigadas de hombres a poner el orden.


Llega el crepùsculo, era sábado. El muriò temprano ese dìa en que sueño, que en la calle general Cabral esquina Jaime Mota, donde existiò una fàbrica de ataùdes, comprè uno muy grande y pesado. Lo llevaba en el hombro y me tambaleaba al subir una cuesta, con mucho esfuerzo, hasta llegar a la casa y dejarlo caer en medio de la sala. El ruido dentro del sueño, que produjo su caìda, coincidiò con los severos toques a la puerta, a donde acudì junto a mi madre, apresurados y temerosos ante las miradas de dos trabajadores que tenìan caras de aves de mal agüero... Todos descansaban entonces, aguardando la puesta del alba el domingo, para un entierro precedido, de una parte, de una insistente llovizana, cuyo rocìo madrugador pretendiò apurar los cirios del cajòn de cedro que contienen los restos del finado caballero, y, de otra parte, por la molienda, que debido a la demanda en el consumo y en la exportaciòn de azùcar, llevaba a efecto el ingenio. Era comùn mi padre.

sábado, 23 de junio de 2012

PREDESTINACIÓN, Y CONCIENCIA ANTEPUESTA A LOS RECLAMOS DEL ALMA...

Cuando Màximo Gòmez retorna a su patria de origen el 3 de septiembre de 1888, pasa un año preso en la Fortaleza Ozama, pues despuès del acuerdo de Zanjòn que puso tèrmino a la guerra de los 10 años (1868-1878), y el fracaso de una nueva campaña por la independencia de Cuba, organizada desde el exilio por el Hèroe y el  veterano de guerra  Antonio Maceo en 1885, asì como por el disgusto de Josè Martì por la pèrdida del armamento propiedad de la Revoluciòn Cubana en manos de Maceo en Panamà y la confiscaciòn del parque de guerra, de igual manera perteneciente a la Revoluciòn Cubana, que Gòmez habìa depositado en el arsenal del Gobierno Dominicano, en dicha Fortaleza, por vìa de su primo Hipòlito Billini, Cònsul General de la Repùblica Dominicana en Nueva York, en ese entonces, cuando el Vicepresidente Alejandro Woos y Gil sucediò en la primera magistratura a Francisco Gregorio Billini, procediò de inmediato a la confiscaciòn y al arresto del guerrero Gòmez. (Interpretando notas de Josè Elìas Fernàndez. La Informaciòn, 30 de marzo de 1995).

Su retorno a la naciòn fue por el puerto de Montecristi, por medio de facilidades otorgadas por el general Juan Isidro Jimènes Pereyra, enemigo de Ulises Hereaux, y posteriormente, dos veces presidente de la Repùblica Dominicana.

Aunque tenìa en sus planes a Puerto Plata, se dirige por el cruce de Quinigua, Santiago, donde toma el Camino Real de la ruta del Atlàntico, zona històrica de Pedro Santana en procura de la Anexiòn a España en 1861. Llegando a Guayacanes de Laguna Salada, hizo amistad con Josè Dominguez, propietario, y terratenientes como Josè de la Paz Fermìn.

Su meta era descansar de un trajinar de guerras que, aunque victoriosas la mayorìa al filo de su machete, dejaron ansias inconclusas de polìticas de libertad y afianzamientos independentistas. Y detràs de ello andaba Josè Martì. Con la autorizaciòn del presidente Ulises Hereaux, Gòmez se estableciò en un apartado paraje al comienzo de la lìnea noroeste, llamado Guabal Carrera, Guayacanes, del Distrito Marìtimo de Montecristi, una colonia agrìcola trabajada por cubanos, donde asumiò el estilo de èstos en la siembra del tabaco. La bautizò con el nombre de ``La Reforma``, rememorando un lugar de Sancti Spiritus, Cuba, donde allì desarrollò episodios bèlicos destacados de la primera guerra de independencia.

Lo expuesto anteriormente es la antesala de la llegada posterior de Gòmez. En esta ocasiòn, Gòmez buscaba la paz, junto a los suyos, su esposa Bernarda Toro (Manana), sus tìas banilejas, queridas y atendidas por el prolífico banilejo, y algunos de sus hijos, pàrvulos aùn, que cicatrizaban las hondas heridas de su alma marcada por la guerra, contra soldados y oficiales, de una naciòn que dio origen a esa estirpe de los Gòmez.

La prensa escrita de la època reseña que el 29 de abril de 1900, es recibido con los brazos abiertos en Banì, pueblo que henchido de emociòn abraza a su preclaro hijo, el generalìsimo Màximo Gòmez, Libertador de Cuba. El pueblo entero se lanzò a las calles a darle la bienvenida a su pueblo natal al campeòn de las guerras de guerrillas. Gòmez se ha convertido en un personaje de leyenda en la historia de la liberaciòn latinoamericana por su brillante papel en las guerras de independencia de Cuba. En su recibimiento en Santo Domingo, el distinguido orador Eugenio Deschamps pronunciò un discurso en el cual lo llamò ``la resurrecciòn de la epopeya``, ¡Oh Salve Adalid Dominicano...``!. Termina la cita.

Volviendo a su llegada anterior, Gòmez hace asentamiento en Montecristi, a decir de la ilustre escritora Abigaìl Mejìa de Fernàndez, en una casa situada como escurrièndose esquiva a la orilla de aquel pueblo, con un desvàn que mira al mar. El general gusta de aislarse y que lo dejen quieto para escribir recuerdos de su campaña.... Pero, no, aùn queda por hacer, y eso es lo que significa la presencia de Martì en aquella humilde sitierìa, llena de encantos històricos, de genealogìa, de espectros que brillan en lo oscuro y en lo claro que hablan de heroìsmo y dignidad espartanos, en este caso latinos, capaces de enarbolar un acta solemne y protocolar como el Manifiesto de Montecristi, que le fueron robando a su alma y corazòn las ternuras de los suyos, sus hijos sobre todo, para depositarlas en la conciencia del grande hombre, callado y predestinado.

¡He dado la espalda a mi hogar querido!. Se lamenta Gòmez en su diario. Se lamenta por la esposa, por los hijos que han de quedar abandonados, incluyendo los engendrados en sus comienzos de ``macho cabrìo``, y los que posteriormente, despuès de su amada Manana, procreara furtivo en esos caminos de sombra.

Antes del alba se acerca cauteloso a la cuna donde duerme ``Itica``, la màs pequeña, luego Andresito, nombre en honor del padre de Gòmez, Andrès Gòmez Guerrero; Urbanito y Bernardito. Recuerda hijos como Mario y Màximo, montecristeños, y llora la desapariciòn de ``Laìto``, cuando se embarcò a temprana edad y jamàs volviò. Recuerda a sus hijas Ignacia, a Gollita, Margarita y Margot, a su hijo bastardo banilejo Màximo Gonzàlez (Panchito); de Maxito y a Francisco Gòmez Toro (Tambièn Panchito), su orgullo, quien lo detiene en su dolor y nostalgia y le murmura con el silencio de la noche: ¡``A tu lado o muerto...``!. 

Los besa a todos en puntillas, junto a sus camitas, dejàndolos dormidos y musitando que ``es un crimen despertar los àngeles``, cuando con estoicismo emprende el camino con Panchito Gòmez Toro, Lorenzo Despradel (Muley), su secretario de guerra, el capitàn Marcos del Rosario, entre otros. ``Adiós mis hijos, guàrdenme en sus memorias y en sus corazones, que yo los llevo viviendo en mi alma...``.

Le encomienda a Antonio Maceo y Grajales a su hijo Panchito, quien se convierte en su brillante lugarteniente: ``Es lo que màs quiero en la vida. Haz de èl un hombre completo y enséñale a morir como un patriota``. Asì cayò en Punta Brava el joven Francisco Gòmez Toro junto al ``Titàn de Bronce``. De acuerdo a notas històricas de Tomàs Bàez Dìaz, en su obra ``Màximo Gòmez: El Libertador``, cuando la noticia llega al campamento, nadie la creìa, porque ya otras veces la muerte de Maceo habìa sido anunciada, pero Gòmez la creyò y le dijo a Boza: ``si el corazòn de un amigo se puede engañar, el de un padre, no. Maceo y mi hijo han muerto. Ahora tendrè que batallar solo``. ¡Cuanto valor!.