Tu alma, la mía,
se han de limpiar;
no es exquisito,
es paliar, entre lágrimas,
esa pena material que
nos sujeta contritos.
¡Lloremos!
Pues hasta Jesús lloró;
mas, imploremos mucho
a Dios misericordia y bondad;
amémonos más allá de la
misteriosa afrenta;
oremos, también sin cesar,
alejando las tormentas...
¡Paz!