Nos llamaba el olor a coco sacrificado en guayo. Siempre mayor y enjuta la mujer que de ello se ocupara. Callada, de hablar con los ojos, como si cumpliera de rigor con un mandato ritual cuyos remilgos ortodoxos daban la sensación de mudarnos por mucho tiempo a otra estancia de la vida.
El llamado hoy es diferente, pues el buffet de los denominados resorts coarta el marisco playero; constituye una modalidad de disfrute, mas, no de gozo espiritual; enclaustrados nos sentimos en piscinas y habitaciones de confort que eclipsan el danzar de las palmeras, el olor a leña, la tímida humareda de los fogones del rancho, la brisa cuaresmal que nos devolvía con silbidos de coronas las ausencias, pero, sobre todo, el olor que entre pescados y habas endulzadas nos impregnaban los amores que a morir se resistían...