miércoles, 30 de noviembre de 2011

CAPSULAS DE MI MEMORIA... (2).

De ``Bayahonda`` y ``Bateysito`` conservo recuerdos imborrables que se asocian a la vida y a la muerte. Recuerdo a esa pobre maestra rural que, despuès de tanta fatiga en su cotidiano afàn de cumplir con ese apostolado, perdiò la vida en una curva enlodada al deslizarse un camiòn cañero, asì como el haitiano que corrìa desesperado, confundido, se estrellaba en el suelo, apesadumbrado, cuando recibiò la noticia, que su padre, un anciano de unos ochenta años, perdiò la vida al caer de una mata de cocos en plena labor agrìcola y con interès de desayunarse.
Ese mismo camino, muchas veces lleno de mutaciones insospechadas, nos llevò a Tamayo, luego a ``Bombita`` y por ùltimo al batey nùmero siete, el cual rayò en mi conciencia las màs memorables vivencias en edad, aùn pueril, porque fueron esos bateyes los puntos operacionales de la Industria Nacional Azucarera, con matices esclavistas en tiempos de una civilizaciòn maldita, donde cohesionan dos culturas diferentes, pero atraìdas por el sexo, el clerèn, el brebaje y nuestras mundanas raìces.
El retorno a mi lauro natal, Barahona, me transporta a un cielo estrellado de mis primeros amores, pero, por la condiciòn polìtica del paìs en una època post Trujillo, no habìa ganado conciencia aun, si de alegrarme o ponerme a llorar, cuando comenzò a operar el caos de una libertad abrupta y quizàs intempestiva. Todavìa los remanentes de la guardia amarilla, que usaban fusiles con bayonetas, cartucheras y cantimploras en sus cinturas, corrìan entre los montes tras los primeros asomos de luchas clandestinas revolucionarias, mientras me situaban en dos aguas, unos como el joven que comenzaba a despertar acorde con los nuevos tiempos y, otros, como el hijo de una familia conservadora y ligada en cierta forma a las instituciones castrenses. Recuerdo a Rafael Bonilla Aybar (Bonillita), cuando le gritaba a Juan Bosch: ``Te equivocaste Juan...`` y lo repetìa, gozàndose al travès de la radio del golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963.
Con este acontecimiento llegò la revoluciòn de abril de 1965, que, aunque tuvo la capital como epicentro, causò estragos en nuestros pueblos y campos, con cruentos episodios de abusos y terror, cuando guardias ataviados de verde olivo de la Aviaciòn Militar Dominicana, comandados por el entonces mayor Marmolejos, desaparecieron y ejecutaron en mi provincia a cabezas visibles de la corriente comunista ortodoxa. El asedio de la guerra fria promovida aquì por los EE.UU. de norteamèrica, fue una fatìdica època lentamente comprendida por los que hoy ya no somos jòvenes, que le daban a Joaquìn Balaguer el sitial de dèspota ilustrado. Entre los gobiernos de Balaguer, tanto sus primeros doce años como sus ùltimos diez, màs los gobiernos que se sucedieron en ese intervalo, solo hice vivir, dejar la vida correr, asimilarla, estudiarla y estar acorde a sus altas y bajas, trabajar, conocer de la idiosincrasia pùblica, ser parte de uno que otro estamento militar, para matar un capricho, quizàs, conocer ciertos organismos de inteligencia llenos de gente bruta, y, valorar la libertad por apenas dìas de presidios correctivos. Pero, conocì tambièn del sector privado el cortejo de la aparente opulencia, de la mal intencionada dàdiva y de la segura explotaciòn, todavìa hoy, del hombre por el hombre.
Corrìa la dècada de los sesenta y con ella (1969-1970) la lucha por el medio millòn como presupuesto para la Universidad Autònoma de Santo Domingo, autonomìa, mas que conquistada, otorgada gentilmente por Joaquìn Balaguer a travès de la ley 5778 del 31 de diciembre de 1961, quien desde el gobierno, no reparò en recordar su expulsiòn del alto recinto acadèmico que lo tildò de ``cola de leòn``de la recièn pasada dictadura.
En el liceo secundario Federico Henrìquez y Carvajal, adolescentes ataviados de crema, coreàbamos junto con los cabecillas de los movimientos ``revolucionarios``, al tono de ¡``Balaguer ... Asesino``!, repetidas veces, mientras Melton Pineda, seco como un bacalao, para ese entonces, encendìa la chispa de la persecuciòn policial cuando, luego de improvisar un discurso anti imperialista y de calificar de lacayo al presidente de la Repùblica, le daba fuego a una bandera norteamericana. Corrìamos muchas veces sin rumbo fijo, no solamente al escuchar los disparos y las bombas lacrimògenas, sino tambièn al sentir las càpsulas de cartuchos y plomos que levantaban a nuestro alrededor el polvo amarillento de las calles empedradas del ensanche Jaime Mota. Llegàbamos a la casa con el uniforme desgarrado y sucio, ademàs de muy creìdos en la justeza de grupos rebeldes que hablaban de libertad, estimulados por la reciente victoria de la revoluciòn cubana. Los jòvenes quisimos imitar a Ernesto (Che) Guevara De la Serna, y usàbamos boinas como sombreros. Pero esas luchas se fueron perdiendo, en el momento que indivìduos de baja estofa social hicieron protagonismo en ese proceso. Los asaltos a grandes entidades comerciales y bancos del paìs, de parte de esos pseudos revolucionarios, le daban puntos a favor al conservadurismo dominicano, que vimos con impotencia que la ambiciòn polìtica de la lucha del proletariado, se ensañò contra el proletariado mismo, cuando a diario caìa abatido a tiros un soldado raso, cabo o sargento, quizàs, ex militares, tambièn de bajas graduaciònes, calificados alegremente de ``calieses``, solo porque prestaron servicio en una època, aunque oprobiosa en cierto sentido, de institucionalidad y fortaleza de Estado, de otro.
``Confiscaciòn Revolucionaria...``. Asì llamaban esos desaprensivos, iletrados en su mayorìa, al robo vulgar y al desarme de humildes hombres de uniformes, tan dominicanos como ellos.
Tantos desaciertos creò una lucha, màs que ideològica, de intereses de poder y economìa. El Movimiento Popular Dominicano (MPD), fundado en la clandestinidad en 1956, con Lòpez Molina a la cabeza, entrò en contradicciòn con el Partido Comunista de la Repùblica Dominicana (PACOREDO), y esas diferencias fueron aprovechadas  por los organismos norteamericanos de seguridad enquistados en nuestros cuarteles. Pero, todo el que morìa violentamente quedaba coronado con la gloria del antibalaguerismo, aunque el fuego haya provenido de uno de los grupos contendores.
Jorge de Jesus Nin (Jorgito), fue mandado a matar por la lìnea dura de su propia organizaciòn, por la amenaza que hiciese de renunciar a ella y recoger todas las armas que consideraba suyas, inconforme porque la cùpula de la capital le quitaba mèritos debido a sus condiciones analfabetas. Juan Pablo Fèliz (Pelayo), fue quien disparò a las cejas de Nin, siendo èste, dicho sea de pasada, un guerrillero urbano, temido por la policìa, con experiencia de combate en guerra de guerrilla y en la revoluciòn de abril de 1965, pero matador furtivo de antìguos militares, queriendo hacerlo con mi padre, a quien ya tenìa medido, resistièndose finalmente de apretar el gatillo al confundirlo con quien esto escribe, por considerarlo su pariente...

domingo, 27 de noviembre de 2011

CAPSULAS DE MI MEMORIA... (1).

Si asimilo muy lejano nuestro paso por ``La Ciènaga`` de Baoruco, cruzando el puente ``Coronel``, durmiendo con la terapia de la chorrera de agua dulce que baja de esa montaña imperiosa donde dejò Guarocuya sus limpias huellas, en su afàn de que el avieso conquistador no le arrebate su identidad. Si recuerdo cuando por causa de las tormentas se interrumpìa el paso de ese lugar camino a Barahona, cuando mi madre con una de mis hermanas, quebrantada de salud, debìa esperar ``màquina`` y salir por el lado contrario, pasando por San Rafael, Paraiso, Los Patos, Enriquillo, Juancho, La Colonia, El Maniel, divisando poblados haitianos como Baie de Pavrot, Boucan Guillaume hasta Boucan Tonton, para salir al Naranjo y Puerto Escondido y decidir si en ese trajinar tormentoso, hacer atajo por Neiba o llegar a Barahona, entre el vòmito y la deshidrataciòn infantil y un camino inhòspito de polvareda y fangos. ¡Comprendo entonces que he vivido!. Siento, por lejanos, los vagos recuerdos, cuando el correr de la vida nos lleva al Jaquimeyes de antaño correteando en la arenosa tierra, siempre hùmeda, si no estaba cerca la cuaresma. Allà en Palo Alto nace mi hermana menor y recuerdo el apuro de mi padre cuando a caballo se dirige a Fundaciòn en busca de una ``comadrona``, al no encontrar a ``Benerita``, por los altos de ``Villa Estela``.
Entre la mùsica del bar ``Blanca Nieve``, en El Peñòn, se contrasta la gracia de las trigueñas del lugar, bailando donde Amable Olivero, al son del ``Cañahuate``: ``porque las cañahueteras matan a los hombres...``. Ellas lo emulaban asì: ``porque aquì las peñoneras matan a los hombres...``, mientras el Yaque cautivaba con su eterno recorrido, haciendo eco en las voces de los impertèrritos bañistas.

lunes, 21 de noviembre de 2011

VOCES DEL PUERTO...

Fueron cinco años de vida portuaria. Caminaba de un lado a otro con las ìnfulas de un oficinista consumado, acabado de llegar de mi pueblo y provisto de una creencia trasnochada de la superficialidad de la vida, cuando el que aprendìa mecanografìa en un instituto provinciano ya estaba preparado para trabajar en la sombrita, a la espera del tìtulo que gestionaba en la universidad.
¡``Hey amigo...!``, ¿Y usted vino de traslado par/puerto...?. ¡``Tan bonito que se veìa èl allà en su oficina de la capital...``!, ¡``Carne fresca...``!, mientras dejaba mis aperos en uno de los depòsitos de Marìtima Dominicana y hacìa un aparte con la simpàtica vendedora de mondongo con pate/vaca y patitas de cerdos, entre los escupitajos y el mimero de la humedad matutina. Apenas apuraba el jugo con azùcar crema terrosa, cuando ya el capataz de arrimo me querìa ubicar en la faena, màs por curiosidad que por buena fe. ¿``De Aduana o Portuario...``?, me preguntaba. ¡Portuario...!, le respondìa con timidez en espera de la respuesta. ¿``A què han venido estos malditos portuarios a este muelle coño, si antes de ellos hacìamos exactamente lo mismo...``?. ¡``A cobrà impuesto...``!, dice un arrimao de saltados dientes, y enfatiza: ``Y a privà en oficiales de Balaguer y Trujillo, mucho de/llo...``. Me apresuro en sofocar las crìticas y pregunto: ¿Cuàntos movimientos trae el barco...?. ``Pregùntele a la Agencia, nosotros no le damos informaciones a portuarios...``. ``Trae doce movimientos...``. Se arrepiente y nos informa. Piensa que de todos modos me tendrà allì. ``A veces doce movimientos cuestan largos dìas de trabajo, como cien movimientos pueden ser resueltos en dos horas, todo depende...``. Las cosas del muelle son impredecibles. Observo tres jòvenes ``palias`` arrastrando un ensalte de perros realengos. Me impresiona las caras de terror que llevan los canes cuando desgastaban sus uñas en el arrastre. ¿Hacia dònde los llevan, los pobres...?. ¡``Anda al diablo...``!, ``Usted no sabe que ese barco es filipino. El perro es su carne preferida...``. ``Ahì se ganan ellos unos billetes``, mientras la ceniza larga de su cigarrillo està a punto de caer. ¡Aquì no se fuma arrimo...!. ``Ese barco trae dinamita...``. ¿Quièn le dijo a usted..., usted no sabe que pa/que esa vaina explote hay que ligarla con otra cosa...?. ``Mire portuario u/te es un pino nuevo, aquì se pasa centro primero, peor que la guardia que lo formo a u/te... ja, ja, ja, mire, aquì dos por dos no son cuatro, ja, ja, ja...``.
¡``Hey, hey...!, suelta màs ese güinche pa/que agarre coño... tù nunca ha tenio mujè negro d/el diablo...``. ``Eso es, vamos bien... ahì, ahi...``, mientras el cajòn cae estrepitoso pròximo al atracadero. ¡``Cadeneros de arrimo aquì...!``, ¿``Què hago con las malditas cajas, me las como...?. Las cadenas se sentìan arrastrar, producian un misterioso sonido que invocaba la eternidad y se ufanaba de ser de las decanas del tiempo, sì, las cadenas, junto a la rueda y la prostituciòn que, de manera secular, las fue asumiendo el puerto. ¡``El barco parò portuario``...!. ¡Oh... y por què...!?. ``Es que el sindicato de abordo no quiere parte de la gente de arrimo, porque son ``amarillas...``. ¿Y entonces... cuàndo se reinician las operaciones...?. ``No se..., hay que ver el acuerdo con la naviera``.
Lo que serìa un trabajo de dos o tres horas, se fue prolongando tres y cuatro dìas, mientras, por la responsabilidad en el depòsito y la mercancia de patio, el portuario, con tierra desde sus botas hasta las pestañas, debia de responder, sabìa que saliò un dìa de madrugada de su casa sin saber cuàndo regresar. En las noches los sueños se acompañaban de divagaciones, monstruos marinos me miraban y divisaba galeones de la fàbula, mientras  los mosquitos parecìan palomas cuando se posaban en la piel. Los barcos furgoneros dejaban caer estruendosas sus grandes planchas de hierro que les servìan de rampa. Las improntas de los cadeneros desatando furgones iban cònsonas con el cabezote que obedecìa a la furia del conductor, un robusto moreno altamente barrigòn, aunque joven y lleno de masa muscular, que experimentado, calzaba los contenedores con habilidad maestral, sacàndolos de la barcaza a la velocidad del fino polvo que humillaba la dignidad del hombre manso. El infierno continuaba con la enorme grua que cargaba los grandes furgones de 45 pies de largo, una de ellas, con su gigantesca goma trasera, aplastò a ``Momòn``, un buscòn de mercancias, sobre todo gomas para vehìculos, que nunca imaginò el desdichado que, vivir de ellas, significarìa un dìa morir destrozado por una. No merecìa esa muerte. Era hombre de mundo, trabajador, bonachòn, que se agenciaba de facilidades otorgando las pequeñas dàdivas en cajitas de fòsforos y algùn cigarrillo, simulando que invitaba a fumar. 
La plumilla de fuego de la refinerìa de petroleo, como sìmbolo de que se estaba en plena faena de refinamiento, era perenne, que ligada a los barcos de gas propano que depositaban su contenido en los grandes depòsitos cisternas de la industria de Wascar Rodrìguez, la que enfrente le quedaba el parque energètico que desacoplaba con regularidad para no explotar, le daban a Haina una sensaciòn de bomba de tiempo.
Se perdìan las esperanzas cuando, ya camino a la casa, las navieras nos anunciaban la pronta llegada de los barcos azucareros, aquellos que hacìan filas y, por turno, llegaban al ``Chorro``, unas instalaciones de antaño que, a travès de cañerìas, recibìan del ingenio el ``oro dulce``, esa azùcar parda caliente aùn, que veìamos caer bella y cremosa en un depòsito, del cual era agitada por obreros del sindicato hacia el ducto del ``Chorro``, cayendo a granel en la cubierta del barco, donde decenas de obreros a bordo llenaban como màquinas humanas miles de sacos de cabuya y henequèn en procesos interminables, pues cansados y con la pesadez de una noche con pisos y rincones hùmedos de melaza y sudor, entre recostados y empalagados del dulce, las luces intermitentes de las embarcaciones en espera, nos atormentaban el espiritu y nos recordaban la quietud de la parte sana de la sociedad que no explota para importar ni exportar. Se crecìa el ritual infernal cuando ya, en la luz del alba, se regodeaban los remolcadores como en cortejo de palomas y llevaban a los atracaderos a las naves de poses señoriales. Aturdidos despertamos de una realidad espantosa, nauseabundos, mientras en fila india esperàbamos pacientemente ser servidos del cafè en jarro que tempranito preparaba la morena, quien lo endulzaba con el polvo a granel que terroso recogìa de la lona azotada por el viento...
El ciclòn ``David`` hizo estragos en el puerto, y, entre otras cosas, arrancò de cuajo el sistema de grua soterrado que trasladaba de un lugar a otro los numerosos furgones de la Sea Land Service, uno de los depòsitos mejor organizado de Amèrica Latina. Nos tocò por un tiempo ser encargado del almacèn o depòsito de la prestigiosa empresa. Todavìa resuena en mis oidos y en mi alma los estruendosos golpes de contenedores que, improvisados por cadeneros, tenìan que ser subidos en grandes colas para poder operar su mercancia. Las paletas o plataformas de madera se agolpaban con ìmpetu en cada puerta de rampa.. La parafernalia de la seguridad de mi amigo el coronel Roberto Antonio Cabrera Luna, cuando se reportaba un contrabando, era cònsona con las improntas soeces de los que en el muelle hacìan su modo de vida. Cabrera Luna, hombre de prìstina apariencia, bajo de estatura y ojos azules resaltados por el aumento de sus lentes, inspiraba respeto y autoridad, frugal, pulcro y callado, supo mantener en la posteridad el buen nombre que con sus patriòticas acciones se ganò en las luchas por el retorno de la constitucionalidad, junto al coronel Rafael T. Fernàndez Dominguez y otros connotados oficiales, en la revoluciòn de abril de 1965. En ese preciso momento, tuve la obligaciòn de tratar con el Capitàn de Fragata, M. de G., Luis Maria Pimentel Castro, a la sazòn director ejecutivo de la Autoridad Portuaria Dominicana de ese entonces, quien explotaba una ficticia autoridad, cuando en los momentos difìciles, torcìa la boca para mandar y engrosaba su voz de manera expresa. Por las condiciones deplorables dejadas por el fenòmeno atmofèrico, tenìamos que realizar nuestra supervisiòn cruzando de una màrgen a otra subidos en el bote ``Lobo de Mar``, conducido por Manuel, un hombre nacido y criado en las faenas de los muelles. Una vez experimentè una diferencia con ese señor, motivada por el afàn y el celo administrativo al suministrarle un combustible para su bote. Estàbamos en el umbral de la vida laboral, creyentes en los principios vehementes de hacer las cosas que al final no sirven de nada.
Me tocò pasar de la màrgen occidental a la oriental y las condiciones del tiempo no eran buenas. Una brisa sorpresiva amenazaba con sacar de control la pequeña embarcaciòn. Manuel, a quien le faltaba un brazo como consecuencia de los incidentes portuarios, me demostrò que la nobleza es intrìnseca y coyuntural. Un cabo de la marina parecido a ``Popeye`` adivinò mi miedo y me lo manifestò, pues miràbamos los confines de las profundidades en las espesas aguas sin poder divisar el fondo. En un gesto de imprudencia, el marinero jamaqueò el bote para causar mi reacciòn, y el mismo hizo agua al chocar impetuosamente con una gran piedra antes del atracadero. Con su ùnico brazo, Manuel impidiò que el impacto me tirara al agua sostenièndome fuertemente, mientras logrò controlar el remo y llegar a la orilla, ayudarme a saltar a tierra y a sentirme honorablemente agradecido.
Ya en la màrgen oriental, los barcos carboneros jamaiquinos y haitianos hostilizaban el lugar, cuando el polvillo y el aparataje mecànico de sus viejas naves se mezclaban con la lluvia. Lo que parecìa un dìa de rutina casual se fue convirtiendo en infierno, cuando Fersan, importadora de abono, estaba en labor de despacho. La Autoridad Portuaria Dominicana considerò fiscalizar esas salidas, lentas por demàs, por razones de impuestos. La noche nos sorprende en el ``rompe olas``, que convertian en espumosas esas aguas claras y limpias donde se regodeaba el ``Bolo``, un famoso tiburòn ``amigo`` de los lugareños, que creciò majestuoso, rompiendo las espesas aguas de la rìa de Haina. Debajo del puente, donde en ocasiones reposaba con amores mis tormentosas faenas, un dedentado viejo, abuelo de aquella moza, hacha en manos me comentò: ``Ya por aquì pasò la nave...``. ¿Què nave...?, le cuestiono. ¡``Oh.. el ``Bolo``...``!. ``Parece una nave, un gran yate rompiendo agua. Ese pajarito lo conozco desde muy pequeño cuando dejè mi juventud en ese muelle, le gustaba meterse debajo de los barcos, hasta que un aspa le cortò la cola...``¡¿Ajà...!?, y le pregunto: ``Y esa hacha fuera del mango que lleva usted en las manos, què significa...?. ¡``Ah... ja, ja, ja, me costarìa ponerla a hervir a ver si le sirve el mango...!``, mientras de lejos sonriendo me saluda su hijo, un despeinado ayudante de camiones, padre de la damita.
Las inmensas olas rompen en el acantilado. No me inmuto ya del fètido olor a soya mojada, la cual hace lodo en la parte norte de la màrgen oriental del puerto. Cuando las espumas se alejan dando paso al agua clara, enfocada por un enorme reflector de la empresa, un gran pez, no especificado, me miraba de manera inteligente, pues sentìa su mirada directo a mis ojos y con ella un mensaje de alejamiento impetuoso. ``Estàs en mis manos...``, me habrìa querido decir, mientras corrìa en el silencio de la noche sintiendo los estruendos de cadenas, de rampas, de enormes tijeras rompiendo sellos de furgones, y, a lo lejos del ocèano percibìa la advertencia misteriosa de Rubèn Blade: ``Tiburòn què buscas en la orilla, tiburòn, lo tuyo es mar afuera, tiburòn, oh tiburòn, serpiente marinera``, y nos sorprende la mañana cruzando con riesgos hacia la parte occidental, donde nos aguardaba el director y sus tenientes, momentos en que en uno de los tanqueros de gas propano, su manguera hizo contacto con el fuego de un imprudente fumador. El estruendo no se hizo esperar, todo el puerto vibrò, quiero conservar la calma ante el corredero. ¡``Va a volar Haina... corran``!, vociferaban desesperados los transeùntes. ¡``Hay que cerrar el depòsito...``!. ``No, no hay tiempo...``, dice el señor Piantini. ``¡Corra, corra, que el coronel està corriendo, todos en la marina, esto va a explotar...!``.
Cuando llegamos a la base naval, afortunadamente la seguridad de la empresa con la ayuda del Cuerpo de Bomberos que posteriormente llegaron, controlaron la situaciòn. Mi madre me llamaba desesperada, asì mi esposa, la noticia corriò ràpido, mientras recibìamos la orden de acuartelamiento. Una tormenta estaba avisada y habìa que resguardar la mercaderìa, como le llamaba Blas Martìnez Capellàn a las cargas. ``Tù Lucas Nin, no te quedas...``?, me sobrenombraba por ese pariente al que conociò en la Era, cuando ya Blas era un experimentado Guardalmacèn en la industria azucarera... ``No Blas, lo siento, adios, creo que no soy hombre de muelles``, mientras subìa la empinada cuesta enlodada y de peñas filosas hasta ``Piedra Blanca``. Por ese camino no parecìa pasar la mayor parte de las riquezas del paìs, pues era inservible, dos veces se parò el vehìculo a cambiar y reparar gomas, hasta que nos acercamos a otro lugar, a esta selva de cemento que no ha podido borrar de mi espìritu las imàgenes de las fatigas de un trabajo que conserva vestìgios primitivos. No he dejado de soñar y percibir sonidos, motores, gruas, gredars, cadenas y eslabones que se arrastran y que nos transportan al pasado siniestro. Era preciso calmar con aguardiente tanto ruido tormentoso y, allà, en la ``esquina caliente`` de Herrera, en el bar ``La Nueva Yanet``, bailaba con gracia ``La Mora``: ¡``Se hunde el barco, mi querido capitàn...!``.      

lunes, 14 de noviembre de 2011

PA/LANTE CON MARGARITA...

Amanece màs temprano,
se incentiva la campaña,
tenemos a Margarita,
ella es flor de la mañana.


De faciòn risueña y tierna,
lleva helga en su reir,
tiene la hermosa trigueña
la conquista en el redil...


¡Ya se endulzò la campaña!
en las campiñas agrarias,
su nombre adorna el entorno
de la esperanza del hombre,
de aquel que la siembra orondo,
junto con la trinitaria...


Mujer de raza inmortal,
de presencia encantadora,
tiene el pueblo una señora
de una deidad peculiar,
¡no salgas incauto al ruedo,
con ella vamo (s) a ganar !.


De trabajo tesonero,
con una base grandiosa,
lleva en su aspecto cuan diosa
el amor a dar amparo,
a su lucha en el reparo
del que màs lo necesita,
y es que doña Margarita,
nos da en su ser su regalo...


¡Candidato opositor...!
tendràs que ponerte a un lado,
puesto que Danilo tiene
lo que el pueblo solicita,
tiene orden, paz, moral,
tiene a doña Margarita...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CABALGANDO CON LA NOSTALGIA DEL TIEMPO... RATIFICACIONES GENEALÒGICAS.

Se inicia el siglo XIX y con èste se desplazaba a caballo Juan Gòmez, un ser viviente escasamente registrado en escritos y archivos inèditos, familiares o no, donde se presume su origen en relaciòn con Francisco Gòmez, capitàn del ejèrcito real de su majestad el Rey, quien en similitud con Josè Gòmez Candelario, tambièn capitàn, fueron comandantes de la Plaza Peravia, primer bastiòn español que cobrò ahìnco en los tiempos de la conquista y donde sus descendientes tuvieron luego que sufrir los abatares de la guerra restauradora, de implicaciòn racial, de 1863 a 1865, bajo el liderazgo aplastante del general Pedro Florentino. (Ver Raìces y Profundidades de una Restauraciòn Racial. josegomeznin.blogspot.com. Raìces y Memorias).


El levantamiento de Sabana Iglesia, Santiago, de la artilleria o Carga de los Andulleros bajo el liderazgo del general Fernando Valerio, el 30 de marzo de 1844, estaba compuesto por hombres del tabaco que machetes y sables en manos contribuyeron a la ratificaciòn de nuestra independencia pronunciada el 27 de febrero de ese mismo año, por un trabucazo disparado por el general Matìas Ramòn Mella y Castillo, antes de que posteriormente se aplastara otra intentona de invasiòn en Azua de Compostela el 19 de marzo, con el machete del general Pedro Santana y Familia, dando al traste con el afianzamiento de libertad de un pueblo al que no le quedaba mas batalla para sentarse en su base de paz e institucionalidad, sobre todo, al promulgar su primera constituciòn el 6 de noviembre de ese històrico 1844, en San Cristobal.


Para Juan Gòmez, sus correrìas patriòticas y su acento de hombre español, aunque ``manchado de la tierra``a la vista de España, no constituyò obstàculo alguno para posar su aguda mirada en aquella mestiza, considerada mulata por los enquistados representantes de una oligarquìa blanca que, mas que protegernos, postergò nuestros intereses a sus conveniencias econòmicas y polìticas de los tiempos.


Juana de la Cruz Nùñez Suàrez, mi cuarta abuela, era hija del general baecista Juan Nepomuceno Nùñez, y de Tomasina Suàrez, ambos de Jacagua, zona de los Nùñez, generales, que cabalgaron junto a Gregorio Luperòn para contrarrestar el influjo español. Juan Gòmez conocìa de las pasiones afrancesadas de su suegro, desde la època de 1821, poco despuès del fracaso de la independencia efìmera de la ideologìa de nuestro Teniente-Gobernador, Lic. Josè Nùñez De Càceres, al adherirse al protectorado de La Gran Colombia, sin èxito alguno, cuando el padre de Juan Nepomuceno, Juan Nùñez Blanco, mi sexto abuelo, un pròfugo de la justicia, sin que se especifique por què, asaltò la fortaleza San Luis, enarbolando, a favor de Francia, claro està, la bandera Pro-Uniòn Haitì, gobernando hasta crear las condiciones para la invasiòn de Jean Pierre Boyer en 1822 y manteniendo su poder como comandante de la Plaza de Armas de Santo Domingo hasta la llegada de Charles Herard en 1843. Las ironìas del destino permitieron que su hijo, el general Juan Nepomuceno Nùñez, (53) años despuès, el 5 de agosto de 1874, al mando de cincuenta hombres a caballos, amparado en dos razones, tanto liberar a su hijo preso allì, el tambièn general Juan Evangelista Nùñez, como para iniciar rebeliòn contra el gobierno de Ignacio Maria Gonzàlez y a favor del afrancesado Buenaventura Bàez Mèndez, tomò la susodicha fortaleza quedando muerto en la refriega.


Pedro Francisco Gòmez Nùñez, fue mi tatarabuelo paterno y la vìa directa de mi ascendencia con esos hombres de armas, incluyendo a Juan Gòmez, su padre, de quien fue testigo de sus improntas y encuentros furtivos con hembras, como forma de paliar los tormentos de la guerra, cuando padre e hijo se detenìan y calmaban la sed de los caballos sudorosos, donde en cada sitierìa nunca faltò el sonido del acordeòn recièn llegado de Austria, incorporado a las campiñas cibaeñas y el merengue empezaba a hacer pininos con la picardìa, el zapateo y las cuerdas españolas. Las escapadas de Juan Gòmez nunca fueron incompatibles con el gusto y la pasiòn que hasta su muerte en una refriega en Las Lagunas para 1860, sintiò por Juana Nùñez, con quien, ademàs de mi tatarabuelo Pedro Francisco (1848), procreò a Elena (1838), Maria Francisca (1839), Julio Francisco (1853), Ingìnia (1855) y Juan Francisco (1856).


De esa estirpe de los Gòmez Nùñez, y a travès del linaje de Pedro Francisco, vengo cabalgando entre sueños y atrasos, propio de los hombres que patinamos en el pasado porque permitimos los avances del tiempo, pero no los aceptamos. Veo en mis ancestros huesos removidos que pasean en coche por las ruinas de Jacagua y le dan solemnidad al Santiago Viejo, tierra de nobles por valor intrìnseco, caballeros de capa y espada y de diestros y adustos caporales.


Pedro Francisco cabalga hasta Palmar y se embriaga del aroma del tabaco. El tabaco era a Santiago como la caña al Batey, y se envuelve en las comarcas atraìdo del perfume de las lindas trigueñas, mujeres de sonrisa plena y estrechas cinturas, que llevan sonidos de àngel en sus voces de tonadas conuqueras, pero ufanas de un recato ancestral. Marìa de Jesùs Fermin Guzmàn, hija de Ramòn Fermin De Peña y de Bàrbara Guzmàn Nùñez, desposò a este aùn adolescente, dàndole continuidad a la vida con la procreaciòn de su ùnico vàstago, Josè Ramòn Gòmez Fermin, mi bisabuelo, a quien acompaño en su cabalgar por la lìnea noroeste detràs de los corrillos del horacismo, aunque hacìa siempre un aparte en sus apetencias polìticas y se regodeaba en las mismas enramadas donde Demetrio Rodrìguez bailaba el merengue, persona a quien le dispensò amistad y reconocimiento personal por su valor en los momentos aciagos de la muerte de Ulises Hereaux.


Cuando las clases sociales del paìs se establecian por abolengo, raza y probidad, Josè Ramòn Gòmez, en su limpio cabalgar y su apariencia prìstina, logrò llegar al corazòn de la màs alta sociedad de Santiago, incluyendo el Centro de Recreo, manzana de discordia y apetencia vanidosa de Hereaux y Trujillo, no siendo exceptuado entre los jòvenes que fueron objetos de envidia, por los trastornos, la atrevida ignorancia y la sinuosidad de la historia. Acompañè a mi bisabuelo cuando cabalgaba a Montecristi detràs de tòrridos amores, cuando usaba de pretexto el ordeño en su finca y aplicaba sus ganancias frugales a favor de acciones altruistas, una de ellas otorgada a los auspicios de las hermanas de la caridad de Santiago, donde reposan sus restos en la antìgua Catedral de Santiago Apostol. Me sueño cabalgando con mi bisabuelo, cuando camino a Las Lagunas, se enamora de la mujer de su vida, mi bisabuela Celsa Fermin y Fermin, su pariente, hija del patriota Francisco (Tito) Fermin y de Dominga Fermin Gòmez, una trigueña de verdes ojos con la que le dio continuidad al linaje de mi orgullo. Procrearon a Josè Ramòn (muerto pàrvulo), Rosa (muerta pàrvula), Adelaida, Maria, Mercedes y Juan Francisco M. Gòmez Fermin (Josè), mi abuelo.


¡Que corto fue el cabalgar con mi bisabuelo...!. Fue al amarrar su caballo frente al principal salòn de fiestas de Las Lagunas. La desgracia de una estirpe afrancesada heredada de su padre lo obligaron a pagar con su vida el oprobio del general Juan Nepomuceno Nùñez, cuando asaltò la fortaleza San Luis para favorecer a Bàez y derrocar al presidente Ignacio Maria Gonzàlez, sì, muchas fueron las conjeturas de la època de un cibao que siempre se ha distinguido por llevar la consecuciòn de su historia, como tampoco se descartò su amistad con Ramòn Càceres Vàsquez, en los tiempos que, en 1901, todavìa una parte de los ``Bolos``lo miraban con ojerizas, aquellos ``lilisistas`` sumados a ellos en contradicciòn a Horacio Vàsquez. Pero... ya que ahì termina mi recordado cabalgar con ese noble bisabuelo de apenas 27 años, ahora recuerdo, como luciò y brillò su estrella en esa fiesta, en compañia de Maria De Èbano Betancourt, linda lugareña apetecida por un Gonzàlez del sitio, que, de manera furtiva y cobarde, desatò el amarre del caballo de Gòmez y lo adaptò al suelo, para con el descuido propinarle el tiro mortal...


Ahora mi abuelo Juan Francisco M. Gòmez Fermin y yo tenemos que cabalgar solos por esos caminos torcidos de historias, circunstancias y coincidencias que moldean la vida de los hombres... pues en su corto cabalgar, enlaza con mi abuela Ana Julia, nieta de un francès, coronel Furci Fondeur Lajeunesse, Ministro de Relaciones Exteriores y Proveedor en la guerra de la Restauraciòn. Su hijo, Melitòn Fondeur Fernàndez, mi bisabuelo por esa lìnea, fue uno de los munìcipes que, de otrora, mayormente contribuyeron con el desarrollo de la comunidad de Las Lagunas, hoy Villa Gonzàlez, en honor a un hermano del matador de mi bisabuelo Josè Ramòn Gòmez. Esta vez el destino nos acerca màs a Francia por enlace consanguìneo que por conflictos de Patria.


Sigo al trote con mi abuelo cabalgando con Horacio. Seguimos siendo `` coludos`` sin proponèrnoslo, en guerra abierta con los ``Bolos`` de Juan Isidro Jimènez Pereyra, donde la caballeria implacable se enredaba entre sus patas ante el fuego de los ranchos, el saqueo y la anarquìa en general, que nos hace cabalgar junto a la soldadesca norteamericana. Recuerdo en esa caballeria la imposiciòn del orden, a sangre y fuego tuvo que compartir mi abuelo ese cruento batallar. Apuesto jinete, adusto y de autoridad natural, bailador y manzana de discordia de hombres celosos en aquellas fiestas carnavalescas y florales de la sociedad santiagues. Cae abatido a balazos en plena fortaleza San Luis en un inefable y confuso incidente de armas. De allì sacaron su cuerpo, mientras su caballo afuera relinchaba, como lo hicieron los caballos de Juan Nepomuceno y su hijo Juan Evangelista, aquella noche aciaga del 5 de agosto de 1874.


En su leve agonìa y postrado en su rancho en Palmar, el entonces coronel R. L. Trujillo y Molina, jefe de la Guardia Nacional Dominicana, fue a darle apoyo al moribundo y a exaltar sus cualidades de aguerrido caporal, ordenando los honores de rigor cuando lo sintiò expirar. Entonces me sentì cabalgar con el pelotòn de hombres de amarillo que con toques de corneta y cañones, llevaron a su ùltima morada al infortunado Gòmez, envuelto su ataùd en la bandera nacional.


Muerto mi abuelo el 25 de mayo de 1927, ya habia procreado a mi tìa Mariana y a Josè C. Gòmez Fondeur (Fermin), mi padre, nacido el 6 de abril de 1924. Figura ecuestre que, llegado al Sur, tenìa el perfil de un vaquero forastero de cara roja y perfiladas facciones. Enlazò con mi madre Digna A. Nin Batista, hija de Nèstor A. Nin Fèliz, tambièn ecuestre en la faena necesaria de la industria azucarera, y de Maria Dolores Batista Matos. Èl, mi padre, me enseñò a montar a caballo, y, con èl, a (39) años de su muerte, sigo cabalgando en el sueño de lo mìtico, entre el conuco, el batey, las improntas del gagà, el tongonèo de las negras, la pasiòn, los amores, la nostalgia, la frustraciòn del trabajo honrado, la cosecha, la bonanza de la crianza, la simiente, los reveses y el orgullo de un linaje que aùn vive, que no perece...


En ese Sur de mi vida, donde quisiera descansar, cabalgo junto a mi padre, salimos de los bateyes entrando por El Peñòn, Cabral y La Peñuela, partimos rumbo a Habanero, Palo Alto y Fundaciòn, sintiendo el olor a caña, el tren con los vagones, cuando nos acercamos al ingenio entre el ruido del viejo puerto y las herraduras de los caballos que cònsonas se sienten en el asfalto provinciano...
Cabalgo, pero vuelvo al cibao, despuès de tantos años de un viaje soñador de cabalgatas seculares, me detengo allà, en el camino real, frente a frente al Pico Diego De Ocampo, el que amenazante me saluda con el frio y la pertinaz llovizna de una tarde de invierno. Observo la casita del pasillo empedrado, en Palmar, con la sombra de los arboles y un tamarindo centenario, me inquieta la sentida ausencia de las aves y la presencia de un horno ya vetusto que hacen nostàlgico el encuentro de un lugar abandonado, donde los que habitan, taciturnos, màs el cantar del viento entre las palmeras, grimoso y desafiante, nos comunican que existiò allì una familia: los Gòmez...